A CONTINUACION LA INTRODUCCION A UN INFORME REALMENTE ESCLARECEDOR DEL SIGNIFICADO DE LA NOOSFERA ASI COMO DE LA MISION QUE NOS COMPETE COMO SERES HUMANOS PARA DESARROLLARLA, ES DE AUTORIA DEL SR. LYNDON LAROUCHE PRECANDIDATO A LA PRESIDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMERICA.
EL INFORME COMPLETO LO PUEDEN LEER EN LA MISMA PAGINA DE LAROUCHE
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INFORME COMPLETO LOS PROXIMOS CINCUENTA AÑOS DE LA TIERRA EN RESUMEN EJECUTIVO DE LA EIR
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LOS PROXIMOS CINCUENTA AÑOS DE LA TIERRRA
INTRODUCCIÓN
Este informe relativamente exhaustivo, se hace necesario por la importancia y la urgencia de abordar la amenaza a la civilización en su conjunto, tan poco entendida, pero que ahora en lo inmediato embiste. Mi propósito aquí, en lo principal, es corregir una peligrosa falta de conciencia general sobre algunas de las implicaciones prácticas más urgentes y potencialmente mortíferas, a discusión en los actuales esfuerzos probablemente fallidos por llevar a cabo un necesario diálogo de culturas. Esa necesidad se manifiesta en la gran probabilidad de que el esfuerzo a favor de ese diálogo resultará ser un fracaso catastrófico para la humanidad hoy, a menos que se identifiquen ciertos supuestos pertinentes equivocados, pero que hoy son populares, respecto a ese diálogo, y que se corrijan algunos de esos errores prestándole cierta atención minuciosa a los detalles, como hago aquí.
Nuestro plan de ataque en este informe deberá ser el de definir los orígenes y la naturaleza de la actual amenaza mortal a la civilización en todo este planeta, y luego suministrar esta evaluación crítica de los errores y las opciones en el pretendido uso actual de un diálogo de culturas en tanto posible remedio para la amenaza actual.
Sin embargo, no puede limitarse la participación en este diálogo a representantes de esa generación mayormente fallida que ha tenido una participación creciente en conducir al mundo y a sus respectivas naciones al mortífero lío cultural actual, que acontecimientos de las cuatro últimas décadas produjeron. Fracasaríamos en nuestro propósito, a no ser que también dijésemos lo que específicamente tiene que decírsele a la generación adulta que ahora emerge, en especial a aquellos entre 18 y 25 años de edad a quienes implícitamente encomendamos el futuro de la humanidad. Tenemos que decirle a esta generación de jóvenes adultos todo lo que necesita saber, y siempre tenemos que decirnos estas cosas, los unos a los otros, de modo que pueda escucharnos esa generación entera de jóvenes adultos en cuyas manos pretendemos echar la ejecución de la solución de este problema que ahora vislumbramos.
Por desgracia, hoy día es habitual tratar de emprender un diálogo de culturas con cierta preferencia por generalidades y sentimentalismos amplios, un programa que evita la polémica concreción de la atención al quién, el cómo, el qué, el cuándo y el dónde de ciertas discusiones problemáticas actuales, discusiones que algunos de nosotros quizás preferiríamos evitar, en vez de resolver. En este caso, por desgracia la atención excesiva a la cortesía a menudo evita, no sólo temas de los “personajes” que deben enfrentarse, sino que así, por razones de cortesía, también evita la precisión requerida para definir remedios concretos y sustantivos a problemas que tienen que abordarse con franqueza, si es que ha de haber un progreso duradero. La situación actual requiere, y con urgencia, de remedios concretos, aunque a veces sean también polémicos. A veces la victoria sigue la dirección de un ascenso difícil cuesta arriba.
Ahora procedo de conformidad.
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Dicho eso, la crisis inmediata que dicta la urgencia de un diálogo de culturas puede y debe identificarse con precisión, con la ayuda de algunas observaciones concretas y a veces irritantes, de la siguiente manera ejemplar.
Esos productos de la labor del finado profesor de la Universidad de Harvard William Yandell Elliott, Zbigniew Brzezinski y Samuel P. Huntington, han urdido planes, a menudo en concierto con Bernard Lewis, un antiguo dirigente de la oficina de asuntos árabes del Reino Unido, encaminados a construir una parodia fascista mundial angloamericana del Imperio Romano. Estas personas notables y otros han trabajado en torno a tales diseños para la “globalización” como, por ejemplo, la secuela de Huntington del diseño de lo que sería, no obstante sus cuestionables intentos por desmentir ese hecho, un sistema internacional fascista al estilo de la SS, su románico The Soldier and the State (El soldado y el Estado). Su repertorio nocivo incluye tanto The Crisis of Democracy (La crisis de la democracia), que ayudó en la creación de las sofisterías del “Proyecto Democracia” y del Fondo Nacional para la Democracia, como también su receta para la guerra religiosa mundial, The Clash of Civilizations (El choque de civilizaciones).[1] Las correspondientes publicaciones sobre estrategia, y la práctica internacional continua del iniciador de la Comisión Trilateral Brzezinski, son plenamente congruentes en sus objetivos y disposición por la maldad pura, con la obra de su compinche de larga data, Huntington.[2]
Estos planes actuales para crear una forma algo novedosa, neofeudal y global de tiranía ultramontana, a menudo se consideran, de forma incorrecta, como secreciones peculiares de los Estados Unidos de América. De la misma manera en que la oficina de asuntos árabes británica fue una costilla tomada de la oficina imperial británica para la India, las payasadas diabólicas de ese par y sus cómplices en realidad son retoños de la tradición continua de ese Tratado de París de febrero de 1763 que creó al Imperio Británico, a cuyo servicio aquel viejo Fagin de la caterva de carteristas asociados con Brzezinski y Huntington, el profesor harvardiano Elliott de los agraristas de Nashville, entregó lo que propiamente se considera la obra de su vida. La Guerra de Independencia de los EU se libró contra ese imperio, el mismo que en repetidas ocasiones intentó destruir a los EUA, principalmente por la fuerza o mediante la subversión de la clase hoy representada por el profesor Elliott y su equipo.[3]
El mismo principio de maldad que expresan Brzezinski y Huntington aparece en la obra de figuras tales como la ex secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright, vinculada a Brzezinski, y de cómplices de ella tales como Richard Holbrooke, en la orquestación de las recetas estilo “Nueva Era de Tinieblas” desatadas en las guerras de los Balcanes cuando ocupó ese cargo. Irónicamente, en ese mismo período ella dio una ponencia en la ciudad de Nueva York, donde, siendo secretaria de Estado de los EU, no sólo confesó, sino que se jactó de su asociación, y la de su padre, con la idea utópica fascista británica imperial del confederado de Bertrand Russell (quien odiaba a los EU), H.G. Wells.[4]
La importancia que le atribuyo a ese reparto de personajes no es trivial. Del mismo modo en que devino en la intención de toda la vida del profesor de Gobierno Elliott, de Harvard, y de otros de su calaña, el digerir a los EUA dentro del intestino hobbesiano de una forma futura de mancomunidad imperial británica, así también la intención de Brzezinski, Huntington y demás, en todas sus obras, ha sido la de destruir la existencia de la institución del Estado nacional en todo este planeta, incluida la de los propios EUA: todo esto y más lo hicieron a nombre de una parodia actual de la clase de orden imperial mundial que propuso Gibbon, el lacayo de lord Shelburne, en su History of the Decline and Fall of the Roman Empire (Historia de la decadencia y la caída del Imperio Romano).
Esa intención imperial cobra expresión hoy como un pretendido regreso a la misma suerte de orden imperial del sistema ultramontano medieval europeo, arraigado en la asociación de siglos de la oligarquía financiera gobernante de Venecia con la caballería normanda, notoria por las Cruzadas. Es la clase de orden mundial que fue expresada como la pretendida restauración de ese sistema por parte de la iniciativa de 1492 del gran inquisidor Tomás de Torquemada, quien estableció el precedente tanto para la expulsión de los judíos a manos de Hitler, como para el estallido de guerras religiosas en toda Europa, todo como parte de un intento por sofocar en su cuna al entonces apenas recién nacido Estado nacional soberano de la Europa moderna. Es la forma de imperialismo ultramontano que expresa la marcha hacia la “globalización” hoy día, una doctrina antinorteamericana de imperialismo, una campaña para erradicar la tradición del Tratado de Westfalia de 1648,[5] que expresan las actuales demandas de círculos dirigentes que debieron saber que éste era un error, al recordar su experiencia de los actos aventurados de Adolfo Hitler.
Como dejan claro los escritos aún pertinentes del conde Joseph de Maistre de la francmasonería martinista, artífice del tirano depredador galo y romántico Napoleón Bonaparte,[6] el modelo que Torquemada representa es el origen del surgimiento del fascismo moderno relacionado con criaturas tales como los finados Benito Mussolini y Adolfo Hitler. Brzezinski y Huntington marchan, junto con el espíritu de su profesor Elliott, en esa misma tradición.
Como parte de la lucha contra la difusión de la maldad de la guerra religiosa que hoy diseminan Brzezinski, Huntington y gente afín, fuerzas opuestas a sus planes, tales como el papa Juan Pablo II, han fomentado esfuerzos nuevos en dirección a esa fraternidad ecuménica de veras agápica entre las principales religiones del mundo, retomando un esfuerzo que durante el Renacimiento europeo del siglo 15 habían emprendido grandes dirigentes de la Iglesia católica como el cardenal Nicolás de Cusa.[7] Otros han redefinido la tarea como un esfuerzo en apoyo de un “diálogo de culturas”, pero ese cambio de terminología técnica en realidad no introduce nada nuevo en la política europea, más allá de un alcance más amplio, dado que meramente fuerza el diálogo a la misma forma categórica de discusión, si bien en una base más amplia, como la propuesta original de Cusa del siglo 15 por una paz de los fieles entre los credos cristiano, musulmán y judío.[8]
Puede entenderse mejor la pertinencia del mismo esfuerzo ecuménico emprendido por líderes del Renacimiento del siglo 15 en Europa para los conflictos de hoy, al recalcar la oposición sangrienta del gran inquisidor Torquemada al ecumenicismo de la iglesia cristiana de Cusa y demás, de mediados del siglo 15.
Torquemada expresaba la dependencia de la misma arma ideológica de racismo rebosante de odio usada por Huntington y demás, que fue típica tanto del antiguo Imperio Romano y el sistema ultramontano medieval de los financistas venecianos y la caballería normanda y sus cruzadas, como de lo que Torquemada desencadenó a modo de la pauta de guerras religiosas ejemplificada por la expulsión de los judíos de España en 1492. Este acto de 1492 condujo al estallido subsiguiente de la guerra religiosa fratricida contra la existencia del Estado nacional soberano moderno del Renacimiento del siglo 15; una guerra que dominó el intervalo de 1511–1648, hasta el Tratado de Westfalia de 1648. Es ahora, de nuevo, la base de la intención de desarraigar y erradicar el legado del sistema de Westfalia, una intención que representa la marca de lo que, de hecho, es el anhelo por un sistema imperial mundial fascista expresado por las doctrinas de Brzezinski y Huntington hoy. La actual campaña a favor de la llamada “globalización”, en contra del sistema de Westfalia, es la expresión cultural del actual tambaleo del planeta hacia su amenazada nueva Era de Tinieblas.
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1]The Soldier and the State: The Theory and Politics of Civil–Military Relations (El soldado y el Estado: la teoría y la política de las relaciones cívico–militares. Cambridge: Belknap Press of Harvard University Press, 1957) y The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order (El choque de civilizaciones y la reformación del orden mundial. Nueva York: Simon and Schuster, 1996), de Samuel P. Huntington.
[2]Las actuales operaciones que Brzezinski realiza en Ucrania desde el norte del Cáucaso, son una continuación de su función, en tanto asesor de seguridad nacional en el Gobierno estadounidense de Carter, en emprender esa guerra contra lo que definió como “el punto débil” de la Unión Soviética: Afganistán. Esa operación, y la enorme expansión del narcotráfico internacional que produjo como parte de la base logística de la operación, subsiste al presente en el esfuerzo continuo por destruir a Ucrania y a Rusia mediante operaciones de corte terrorista, con base en la región del norte del Cáucaso. Uno puede describir a Brzezinski como un demente, pero la demencia no atenuó el significado de la amenaza genuina a la civilización que representaron emperadores romanos como los locos de remate Calígula y Nerón.
[3]Para fines de este informe, nunca debe olvidarse que la Confederación fue creada mediante una operación del Jeremías Bentham del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, y de su principal protegido, lord Palmerston. El núcleo que formó esa Confederación fue la Joven América, una rama de la Joven Europa encabezada por el agente de Palmerston, Giuseppe Mazzini. Al presidente Teodoro Roosevelt lo adiestró su tío, el jefe del servicio de inteligencia de la Confederación con sede en Londres, y el presidente y liberal británico Woodrow Wilson fue un obcecado patrocinador del Ku Klux Klan, cuya restauración encabezó desde la Casa Blanca siendo presidente. Los agraristas de Nashville —de quienes William Yandell Elliott, de Harvard, fue dirigente— fueron creados en los 1920, principalmente por un grupo de nietos de los fundadores del Ku Klux Klan.
[4]Discurso de la secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright del 14 de octubre de 1999, en el Instituto de Educación Internacional en la ciudad de Nueva York. Ver La conspiración abierta, de H.G. Wells (1928). Con excepción de la conspiración británico–japonesa de principios de los 1920 para que Japón atacara Pearl Harbor, la victoria del presidente Abraham Lincoln motivó a Gran Bretaña a abandonar sus previas intenciones de emprender un ataque militar directo contra los EUA continentales, y a depender en cambio de la subversión de la clase que expresaron las doctrinas de Bertrand Russell, H.G. Wells y el profesor Elliott.
[5]También lo representan los nexos imperialistas liberales británicos de ese remedo de Mary Wollstonecraft Shelley, la señora Lynne Cheney, quien, a su vez, prácticamente creó su monstruo de Frankenstein barato, su rabioso robot neoconservador imperialista y vicepresidente Dick Cheney, recogido del lodo, por así decirlo, de un campo de futbol americano.
[6]Ver The Children of Satan (Los hijos de Satanás. LaRouche PAC, 2004). El parecido de la iglesia gala del emperador Napoleón Bonaparte con la del “Rey Sol” Luis XIV, sigue siendo un elemento notable de una mancha recurrente de corrupción romántica, al “estilo de La Fronda”, podría decirse, en la cultura de Francia hasta el presente.
[7]Ver De pace fidei, de Nicolás de Cusa. La cualidad de ágape que expresa el Sócrates de La República de Platón, es la misma cualidad del ágape del Corintios I:13 del apóstol cristiano Pablo, y del principio constitucional leibniziano de la “búsqueda de la felicidad”, según lo establece la Declaración de Independencia de los EU de 1776, y el preámbulo de su Constitución federal de 1787–1789.
[8]El De pace fidei de Cusa forma parte de su campaña europea de proselitismo transoceánico a través del Atlántico y al océano Índico. Fue personalmente la obra de Cusa y la de sus colaboradores inmediatos lo que inspiró y guió el plan de Cristóbal Colón en su redescubrimiento de las Américas. Por motivos relacionados, la oligarquía veneciana ha odiado a Cusa desde entonces hasta el presente, como lo confirman los escritos de Francesco Zorzi, el consejero matrimonial veneciano de Enrique VIII de Inglaterra.
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martes, 17 de julio de 2007
La Estrategia Vernadsky
TRANSCRITO DEL SITIO WEB DEL SR. LYNDON LAROUCHE:
PAGINA WEB ORIGINAL DE RESUMEN EJECUTIVO DE LA EIR
por Lyndon H. LaRouche
26 de junio de 2001
Como lo he subrayado repetidas veces, en nuestros días hay solamente tres culturas nacionales capaces de concebir la iniciación de soluciones de conjunto a problemas mundiales actuales como el hundimiento cada vez más acelerado del actual sistema financiero mundial. Lo repito: son los Estados Unidos, Rusia y la monarquía británica. Dada esa tragedia olímpica conocida entre el público como el gobierno de Bush, sólo alguna combinación de Estados eurasiáticos en cooperación, que incluya a Rusia y a Europa occidental continental, sería capaz en la actualidad de cultivar la clase de iniciativa que se necesita con urgencia hoy en día.
Por razones que pondré aquí de relieve, la personalidad del biogeoquímico V. I. Vernadsky debiera servir de figura unificadora esencial para la contribución de la ciencia de Rusia y Ucrania al desarrollo unificado de Eurasia en su conjunto. Este programa de desarroll eurasiático ha de considerarse el rasgo central de una perspectiva de desarrollo económico general tanto para América como para Africa. En verdad, en las condiciones mundiales presentes, dicho desarrollo eurasiático es indispensable para que sobreviva no sóla Africa, sino también las naciones de América en tanto Estados nacionales viables.
Repasemos el asunto, primero, desde el punto de vista de la cuestión continua de la llamada "geopolítica", y localicemos luego las maravillosas implciaciones del legado de Vernadsky para la ciencia y la economía, no sólo para Eurasia, sino para toda la humanidad.
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¡Geopolítica, a estas alturas!
En sí misma, la cuestión estratégica en la que ubico esta discusión no es nueva. Más o menos desde 1877, la monarquía británica había hecho girar siempre su doctrina geopolítica en torno a asegurar el fomento de conflictos mutuamente devastadores entre Alemania y Rusia, como rasgo central de su gran estrategia. Todas las iniciativas importantes para el mejoramiento de la humanidad, desde la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, han girado en torno a la cooperación implícita de los EUA con las naciones principales de Eurasia continental en pro de la clase de desarrollo económico inherente a la orientación de Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, Federico List y Henry C. Carey.
Debiera recordarse que la derrota la conspiración confederada, instrumento de la monarquía británica, a manos del presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln, y la adopción del modelo económico estadounidense por Rusia, la Alemania de Bismarck, Japón, etc, después de la Exposición del Centenario realizada en Filadelfia en 1876, crearon las condiciones para construir en el continente eurasiático redes ferroviarias transcontinentales inspiradas en el precedente estadounidense. Esto, por razones que ya detallé en trabajos previos, fue el acicate de los programas conjuntos geopolítico y de construcción naval de la monarquía británica en el lapso que culminó con la manipulación de Francia y Rusia por parte de la Gran Bretaña para desatar la Primera Guerra Mundial contra Alemania, con el apoyo de instrumentos de Londres como los presidentes estadounidenses Teodoro Roosevelt y Woodrow Wilson, hijos fieles de la traicionera Confederación.
De modo parecido, al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Gran Bretaña quedó reducida a la condición de potencia mundial de segunda clase, ésta, valida tanto de métodos venecianos tradicionales como de agentes y agentes de influencia británicos dentro de los Estados Unidos, orquestó la creación de un conflicto nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. De ese modo, Londres pudo explotar los efectos de la crisis de los proyectiles para producir la autodestrucción, pasada la crisis de los proyectiles, de los dos principales rivales estratégicos de Londres, lo que condujo a la forma angloamericana presente de dominio mundial, así como a que el mundo en general se vea empujado no sólo al mayor desastre financiero de la historia, sino al borde económico de la nueva era de tinieblas que amenaza a todo el planeta.
De 1861 a 2001, la cuestión práctica central de la política mundial cobra la forma presente de la disyuntiva entre la dedicación eficiente al desarrollo económico cooperativo entre cuando menos la mayoría de los pueblos de Eurasia continental, o el dominio mundial de una nueva forma de la vieja potencia imperial marítima de la oligarquía financiera de Venecia, un "nuevo Imperio Romano" angloamericano, gobernado por el puño del "gigante tonto" estadounidense mangoneado como un lacayo inmanejable y bruto del Imperio Británico, a la manera de los presidentes estadounidenses Bush pasado y presente.
El período más parecido de la historia es uno que estudiara el gran dramaturgo William Shakespeare. La amenazadora situación que enfrenta el mundo en la actualidad es casi equiparable a la historia de Europa a lo largo del prolongado y ruinoso reinado de los Plantagenet (1154–1485), de Enrique II a Ricardo III.
Esta Casa de Anjou, en tanto aliada del poder marítimo imperial de Venecia, tuvo parte importante en la repetida ruina de Europa durante todo ese lapso. Este papel de la Casa de Anjou, así como el que tuvo en acciones "ultramontanas" para aplastar los intentos, como los que se hicieron bajo los Hohenstaufen, en especial Federico II y Alfonso el Sabio de España, por instaurar Estados nacionales, llevaron inevitablemente no sólo a la era de tinieblas de la Europa del siglo 14, sino también a tales horrores continuos como la "Guerra de los Cien Años" y las "Guerras de las Rosas" dentro de la propia Inglaterra.
Dicha alianza de Venecia con la Casa de Anjou ha de compararse con la aflicción semejante que azotó a Europa en la forma de las guerras religiosas que, en torno a los Habsburgo, tuvieron lugar entre 1511 y 1648, período que los historiadores califican a veces, con razón, de "era de tinieblas menor" en la historia europea.
El hecho estratégico esencial que han de reconocer todas las personas que no deseen que las juzguen con razón enfermas mentales, ignorantes o estúpidas, es que el mundo entero —incluida la situación interna de los propios Estados Unidos— se enfrenta de inmediato a una crisis histórica equiparable, en sus amenazadoras implicaciones, al legado del prolongado dominio imperial de los Plantagenet en varias partes de Europa, en épocas variadas, y en Inglaterra todo ese tiempo. Con la ayuda de criaturas como Ariel Sharon y del "choque de civilizaciones" y locuras semejantes, estilo "Proyecto Democracia", del Samuel P. Huntington de Zbigniew Brzezinski, el mundo se tambalea precariamente al borde de un estallido general de guerra religiosa como la que sufrió Europa de 1511 a 1648.
No es posible que los Estados Unidos sobrevivan la continuación de las directrices actuales del gobierno de Bush. O se eliminan a corto plazo esas directrices y cualquier cosa parecida, para volver a algo parecido a las medidas de recuperación económica de Franklin Roosevelt, o la autodestrucción económica de los Estados Unidos será pronto inevitable. Sin embargo, en ese caso, el que se mantenga un dominio mundial angloamericano como el que pusieron en marcha las medidas de Thatcher y Bush de 1989–1991 significaría el hundimiento prácticamente inevitable de todo el planeta en una nueva era de tinieblas igual de grave o peor que la de mediados del siglo 14 en Europa.
La opción a la mano
Mientras el gobierno de Bush mantenga sus locas directrices actuales, solamente en algunos círculos del Reino Unido y en la cooperación entre la Rusia del presidente Vladimir Putin y otros Estados de Eurasia continental existe alguna posibilidad activa de iniciar de veras la adopción de una alternativa eficaz a las horribles consecuencias de lo que tendría para la generalidad del mundo el que se mantenga el rumbo de Bush.
En el propio Reino Unido, aun entre muchos cuyas orientaciones no son, digamos, las mejores, hay cierto pavor por las implicaciones de la vil locura del gobierno estadounidense actual, así como de un Congreso de los Estados Unidos que sigue arrastrándose, como una recua de oportunistas cobardes o algo peor, ante las exigencias del gobierno de Bush y otras parecidas.
Más importante es el papel esencial de Rusia, de ligar los intereses vitales de las naciones de Europa continental occidental y central con los intereses equivalentes del centro, el sur, el sudeste y el este de Asia.
Para decirlo con toda la sencillez y exactitud que la brevedad admite, la economía real de Europa continental occidental y central no puede seguir sobreviviendo sin una economía alemana relativamente saludable. La economía de Alemania, a su vez, no puede eludir el hundimiento sin la renovación sustancial del peso relativo de su antiguo papel de exportador de tecnología. Ninguno de éstos y otros problemas conexos de Europa continental y Eurasia en su conjunto se pueden domeñar sin un nuevo sistema de crédito, sustentado en los poderes soberanos de los Estados, para adelantar crédito a largo plazo para construir infraestructura en gran escala y aumentar tecnológicamente de otras maneras la capacidad productiva física del trabajo por toda Eurasia.
Los métodos para revivir así la economía de Alemania y de la generalidad de Europa continental son los que el doctor Lautenbach le propuso que adoptara a uan reunión de 1931 de Sociedad Federico List de Alemania, proposición que, si se hubiera aprobado, pudo haber evitado el ascenso de Hitler al poder y, con ello, la Segunda Guerra Mundial también. Se trata, en lo esencial, de los mismos principios expresados venturosamente por el presidente Franklin Roosevelt, de los Estados Unidos. Los mismos métodos surtirían efecto hoy día, aun en las condiciones económicas y financieras actuales de Europa y los Estados Unidos, que, en combinación, son mucho peores que las que subyacen en el crac de 1929–1931. Se necesitaría sencillamente echar al basurero todas y cada una de las orientaciones tolerables al gobierno de Bush o al ex vicepresidente Al Gore, al menos hasta ahora.
El andamiaje general que hace falta para rescatar a naciones como las de Europa continental del desastre de otro modo inevitable al que se dirigen, debe definirse en torno a un sistema de tipos de cambio fijos, control de capitales, control de cambios y métodos proteccionistas de acuerdos de precios y comercio entre las naciones participantes. Esto quiere decir, por supuesto, abandonar las recientes y ruinosas modas del "libre comercio", la "desregulación" y la "globalización", para volver al modelo proteccionista, también llamado "hamiltoniano", del Estado nacional soberano. Quiere decir la reorganización en gran escala de la masa actual de obligaciones financieras mundiales, que nunca podrán liquidarse, reorganización que ha de realizarse con reglas que correspondan a la idea del gobierno de Franklin Roosevelt de la reorganización por quiebra.
Como nacida del instinto, hay en Alemania y otras partes de Europa continental una tendencia en esa dirección, si bien no todavía la buena gana de ir a los "extremos" que exigiría el emprender dicha recuperación económica exitosa para Europa. Si Europa desea sobrevivir, debe ir hasta el fin, de acuerdo con las conclusiones que la situación le demande.
Sin embargo, por más que Francia simule ejercer verdadera soberanía en algunas ocasiones escogidas, el resultado combiando de las dos guerras mundiales, la crisis de los cohetes de 1962, etc, es que ninguna nación de Europa continental occidental o central tiene un instinto actual por iniciativas de política nacional de veras soberanas que pudieren ser contrarias a las potencias angloparlantes. Piensan dentro de los límites autoimpuestos de lo que sospechan que sus señores angloamericanos les permiten pensar. Pueda que tengan el corazón donde debe estar, pero los puños no los sacan de los bolsillos.
Aquí entra Rusia. El hecho de que Europa occidental no pueda sobrevivir las tendencias presentes, salvo a través de la cooperación pertinente a largo plazo apoyada en la buena disposición de la Rusia del presidente Putin, y el hecho de que Rusia, por su instinto cultural nacional profundamente arraigado, sea capaz de pensar en soluciones mundiales, le da a Europa occidental continental mucho, si bien no todo, de ese grado de aliento que, de otro modo, le falta para proceder al servicio de sus intereses vitales soberanos en estas cuestiones.
De modo parecido a lo que toca a Europa occidental y central, Rusia tiene también importancia crítica para la cooperación entre los Estados de Asia oriental, central y del sur, sobre todo. Un grupo de naciones, reunidas merced a la cooperación triangular entre Rusia, China y la India, en el que por eso toman parte la mayoría de los Estados de Asia, nos ofrece una perspectiva razonable de cooperación a largo plazo, bien fundada, cooperación que de otro modo sería prácticamente imposible de conseguir. En las condiciones económico-estratégicas que arremeten actualmente, en las que el poder financiero angloamericano se evapora, es probable que se pongan sobre la mesa nuevas opciones, incluso con buen éxito.
Las posibilidades de cooperación continental eurasiática a largo plazo (incluido Japón, por supuesto),[1] da así la piedra angular de la que depende la posibilidad de recuperación económica mundial. Sin esa piedra angular, la situación de la arruinada Africa es indescriptiblemente desesperada, y la situación de las naciones reunidas recientemente en Quebec es también desesperada.
He subrayado a este respecto, en trabajos publicados con enterioridad, que el desarrollo de la infraestructura económica básica de los territorios del centro y el norte de Asia, incluidas las regiones de la tundra, es indispensable para que la clase de desarrollo económico mundial a largo plazo que yo he planteado tenga buen éxito. Como lo he subrayado en esos trabajos, para asimilar lo que el desarrollo implica para la práctica debemos ver el desarrollo necesario de la infraestructura económcia básica con los ojos del gran biogeoquímico V. I. Vernadsky.
Como lo subrayé en esos trabajos, debemos reconocer que lo que llamamos infraestructura económica básica es un mejoramiento de la biosfera más allá de la capacidad de ésta de desarrollarse y defenderse sin la intervención cognoscitiva humana. Debemos ver la biosfera nejorada así por el hombre como algo que representa lo que Vernadsky llamaba "productos naturales" de la cognición humana, producidos como las mejoras cualitativas de la biosfera necesarias para elevar la biosfera a la forma cualitativamente superior la noosfera.
Nunca debemos tomar el desarrollo de la infraestructura económica básica como una intrusión destructora en la biosfera, sino más bien como una mejora necesaria de la calidad de la biosfera en tanto biosfera, así como una forma de mejoramiento que eleva la biosfera al nivel superior de ser parte integral de la noosfera. En verdad, esa regla no es meramente una defensa de la urgencia de desarrollar y mantener la biosfera por medio de la infraestructura económica básica, sino que representa también la regla por la que debemos gobernarnos al cambiar la biosfera por emdio del desarrollo de la infraestructura.
Aunque hay cierta tendencia a limitar las proposiciones actuales de desarrollo de la infraestructura a "una nueva Ruta de la Seda", semejante eslabón de transporte, por sí mismo, no cubriría las necesidades de un ascenso general y soistenible del desarrollo económico de Eurasia. Lo que se necesita es, más que una mera "nueva Ruta de la Seda", es una red de corredores de transporte, generación y distribución de electricidad, grandes obras hidráulicas y cambios semejantes, todos a los largo de rutas de desarrollo de hasta cien kilómetros de ancho.
En esta forma, no sólo el crecimiento económico a lo largo de la ruta de transporte reduce el costo neto efectivo del transporte de bienes a través de Eurasia muy por debajo del costo del transporte marítimo. Con dichos métodos, las regiones de Asia Central y del Norte escasamente pobladas en la actualidad se tornarían más fructíferas y populosas, y hasta las que son en la actualidad zonas funcionalmente desiertas emergerían como zonas de desarrollo económico. En esas condiciones, dicahs regiones de Asia se volverían, por su relación con otras partes de Asia densamente pobladas, las regiones de avanzada más grandes y ricas del mundo para el crecimiento económico futuro inmediato del planeta entero.
Cuando esas oportunidades se toman juntos con los recursos naturales de la región en la que ha de ocurrir este de la infraestructura, la cooperación eurasiática en torno a esta perspectiva se vuelve la gran oportunidad para toda Eurasia, así como el motor económico necesario para el desarrollo de Africa y la revitalización de los Estados de América que tomen parte como socios de esta empresa.
La naturaleza peculiar de las tareas que esto demanda para el desarrollo de ancha base de la infraestructura económica básica trae al proscenio al personaje de Vernadsky, en tanto figura científica central a tener en cuenta para toda esta cooperación con centro en Eurasia.
Donde hay vida, hay esperanza
Concentremos ahora la atención en dos de las afirmaciones principales del biogeoquímico Vernadsky sobre la manera en que la Tierra, tomada en su conjunto, se organiza naturalmente.
Subrayó el hecho anómalo pero ineludible de que los procesos vivos producen en los procesos no vivos cambios físicos medibles que los propios procesos no vivos no producen. Esto es lo que definió como la biosfera.
Subrayó también, de modo parecido, que la intervención de las facultades científicas creadoras humanas en la biosfera produce formas medibles de mejoramientos físicos en la biosfera, los cuales no se generan sin dicha intervención humana. Definió nuestro planeta, en el que los procesos vivos transforman a los no vivos, y en el que los procesos cognoscitivos transforman a los procesos vivos, como una noosfera.
Subrayó el hecho de que los efectos experimentalmente distinguibles de los procesos vivos, que no son producidos por procesos no vivos comparables, son productos naturales de la acción de los procesos vivos sobre los no vivos. De modo parecido, los efectos que sólo la acción cognoscitiva humana produce como mejoramientos de la biosfera son definibles experimentalmente Como productos naturales de la cognición humana.
Con sólo una notabilísima omisión doble, la organización de Vernadsky de sus descubrimientos experimentales de anomalías y principios, y los descubrimientos de otros, en la forma de un concepto de la noosfera, representó una revolución necesaria en el modo de pensar del mundo acerca del conocimiento científico en general. A pesar de la omisión mencionada, de la que trataré en su debido momento, la importancia de la obra de Vernadsky para el desarrollo de Eurasia en su conjunto tiene las expresiones siguientes, más o menos obvias.
Primero, por motivos que ya señalé, la profundidad y el alcance del desarrollo de la infraestructura económica básica y sus corredores de desarrollo anexos pone en jaque las nociones científicas y económicas ordinarias de dominio de la biosfera, parte de una noosfera, más allá de cualquier cosa que se haya emprendido previamente. El revolucionario concepto de Vernadsky de la biosfera representa un cambio importante, en profundidad, en el modo en que los planificadores deben pensar respecto a la biosfera y la infraestructura económica básica como tal.
Segundo, en el desarrollo de la infraestructura económica básica de Asia Central y del Norte en la escala indicada apostamos mucho, por lo menos por un cuarto de siglo, a la prudencia de las opciones que se nos presentan. Debemos darle la importancia correspondiente a la aceleración del desarrollo científico fundamental y conexo por nuevas rutas de investigación, ya implícitas en la obra de Vernadsky.
Tercero, una de las implicaciones más importantes de la obra de Vernadsky en este campo es el modo en que nos fuerza a prestar atención a rasgos conocidos y antes desconocidos de los principios físicos que distinguen a los procesos vivos de los no vivos. Apenas una de las implicaiones subsumidas de esto es que el mundo se enfrenta a la explosión de una crisis emergente en el dominio de las infecciones y enfermedades conexas de la vida humana, animal y vegetal, dificultad que nos impulsa a buscar maneras más profundas de abordar tales materias, aparte de los métodos existentes, en vías de verse superados por el problema.
Esas tres razones serían motivo bastante para poner la obra de Vernadsky en un sitial de elevado honor en la labor del desarrollo eurasiático. Debemos añadir dos consideraciones a las que acabamos de hacer.
Primero, tal vez más que cualquier otro personaje del siglo pasado, Vernadsky enfrentó al mundo científico a las implicaciones más profundas de la obra de predecesores como el francés Luis Pasteur. Segundo, esto dio, entre otros frutos, el de fomentar progresos científicos conexos en Rusia y Ucrania, que todavía en los decenios recientes han sido proseguidos mejor por los especialistas de ahí, en algunos respectos, que en el resto del mundo. Es uno de los campos en que los principales especialistas de ahí todavía tienen, a pesar de los efectos ruinosos de los problemas económicos de los decenios recientes, una contribución notable y más o menos singular a la práctica y el progreso de la ciencia del mundo en general.
Por estas cinco y otras razones conexas, la imagen de las exigencias constante que para la ciencia y la técnica representa, del modo más vigoroso y comprehensivo, la obra de Vernadsky, nos sirve ahora como la imagen tal vez más apropiada y personalizada de los beneficios que para toda la humanidad supone la procura del desarrollo esencial de la nueva cooperación eurasiática, el desarrollo de su infraestructura económica básica, obsequio duradero de esta cooperación a toda la humanidad futura.
Llámenlo, pues, "el Síndrome Vernadsky".
El asunto de Riemann
La naturaleza del argumento de Vernadsky sobre la noosfera, y los hechos a los que hace refencia, tiene implicaciones tan profundas para todo el pensamiento científico que , como en cualquier gran adelanto científico de la historia pasada, un gran descubridor, como Johannes Kepler, por ejemplo, le deja a sus sucesores más preguntas que respuestas completas. Así, la obra de Vernadsky nos exige hoy día tomar en cuenta el significado de los descubrimientos de Bernhard Riemann sin los cuales mucho del descubrimiento que ofreció Vernadsky, fruto de su propia labor y la de otros, no podría presentarse en una forma suficientemente integrada. De modo parecido, sin situar la noción de la noosfera en el contexto de mi campo, la ciencia de la economía física, no es factible la aplicación práctica de la noción de la noosfera a la economía nacional.
Como mis propios descubrimientos originales en economía física me llevaron a descubrir la importancia de la obra de Riemann como un modo de integrar esos descubrimientos, mi propia confianza en la obra de Vernadsky creció en incrementos más o menos discretos en el curso de los cuatro decenios recientes.
El problema conceptual que hay que considerar tiene los rasgos principales siguientes.
Es desiciva la idea de que existe un principio físico universal de la vida como tal, principio diferente de cualquier cosa que se encuentre en procesos no vivos, excepto por la intervención de procesos vivos. Este concepto tiene una larga historia dentro de los límites de la propia física matemática experimental.
El primer ejemplo decisivo es el que resume Platón en su diálogo Timeo, la idea, basada en las implicaciones anómalas del descubrimiento del principio de los cinco sólidos platónicos, de que hay un principio universal medible de la vida que no aparece en procesos no vivos.
Es notable que Luca Pacioli y Leonardo da Vinci, dos seguidores del cardenal Nicolás de Cusa, quien, entre otras misiones, fundó la ciencia física experimental moderna, pusieran de relieve las pruebas de Platón; lo mismo Johannes Kepler, seguidor declarado de Cusa, Pacioli y Leonardo. Kepler basó en esos principios todos sus descubrimientos de principio en la ciencia física, incluido su descubrimiento original de la gravitación universal.
Sin embargo, con el lanzamiento del empirismo, obra de Paolo Sarpi, la ciencia oficial moderna ha quedado dividida entre la ciencia clásica de Platón, Cusa, Pacioli, Leonardo, Gilbert, Kepler, Huyghens, Leibniz, Gauss, Monge, Gauss, Alejandro de Humboldt, Riemann, etc, por un lado, y los empiristas y cartesianos, por el otro. Es notable que todos los empiristas, en especial esos empiristas radicales llamados positivistas lógicos, insistan qn que la vida es, en principio, producto de principios mecánicos. De esta opinión extremista dan ejemplo las doctrinas reduccionistas, de torre de marfil, de los que sostienen que la vida es meramente un producto de la biología molecular.
Así, la influencia de la escuela empirista y su progenie le ha cerrado el paso en gran medida a lo que se hubiera realizado si el método reduccionista radical no gozara de hegemonía relativa entre las ramas mejor financiadas de la práctica científica. En gran medida por esto, las pruebas del tipo a que se refiere Vernadsky, respecto al principio de la vida como tal, se hallan dispersas aquí y allá, en montoncitos sueltos. Tenemos un conjunto abundante de anomalías experimentalmente comprobadas, que reflejan el hecho de que la vida es un principio físico universal distinto, separado de los procesos no vivos; pero carecemos del trabajo de equipo bien organizado que se necesita para darle a una gran variedad de anomalías pertinentes y probadas la forma necesaria para acercarnos a la condición en que, más adelante, podamos definir el correspondiente principio universal de la vida como tal.
Vernadsky tuvo razón en mencionar la proposición que recibió de que el asunto de los nexos entre varios tipos de anomalías se debe abordar, conceptualmente, desde el punto de vista de la obra de Riemann sobre las multiplicidades multiconexas hipergeométicas. Esta es precisamente la situación a la que nos enfrentamos en mi especialidad, la ciencia de la economía física, en la que se tiene que inferir un principio de cognición a partir de su expresión efectiva en diferentes medios, en lo cual el hecho de que la conexión es multiconexa en el sentido riemanniano es decisivo.
Se tiene que fomentar el trabajo de especialistas en los tipos pertinentes de efectos biogeoquímicos anómalos, y se deben emplear y equipar grupos de estudiantes talentosos y profesionistas para que podamos llenar las muchas lagunas experimentales en nuestros estudios de las anomalías pertinentes. Son de notable importancia los individuos de Rusia y Ucrania con antecedentes en este trabajo. Correctamente reubicada en el dominio de la aplicación de la ciencia de la economía física a la misión de la infraestructura de Eurasia, la recostrucción de la capacidad científica en estas implicaciones la biogeoquímica puede venir a ayudar también a reconstruir la capacidad científica general, agotada a últimas fechas, tanto de Rusia como de Ucrania, en particular.
Finalmente, las formas eficientes del trabajo científico fundamental son empresas sumamente personalizadas. El sello mental característico del trabajador científico destacado es parte integral de la competencia que esa personalidad señera fomenta en el desarrollo de sus discípulos y colaboradores. La ciencia es tan cooperativa como Arquímedes gritnado: "¡Eureka!" a todo el que pudiera oírlo; pero, al mismo tiempo, es sumamente personal e individual. Cuando un estudiante trata de revivir el acto comprobado de descubrimiento original de un principio físico universal que hiciera un predecesor, dicho estudiante revive en su propia mente ese momento de descubrimiento de la mente del predecesor. De modo que los descubridores más grandes de la historia, aun cuando hayan muerto desde hace mucho, siguen teniendo un tipo indispensable de efecto personal en los procesos de pensamiento más íntimos del estudiante o el trabajador científico de nuestros días.
Por eso, que el genuino proceso de pensamiento del gran Vernadsky se reproduzca en la mente de los profesionistas y estudiantes talentosos de la actualidad. Para producir ese efecto deseado, debemos empezar por recordar su nombre.
[1] Una o dos líneas ferroviarias que, partiendo de Siberia, Corea o los dos lugares, enlacen a Eurasia continental con las islas de Japón, aclararía ese punto.
PAGINA WEB ORIGINAL DE RESUMEN EJECUTIVO DE LA EIR
por Lyndon H. LaRouche
26 de junio de 2001
Como lo he subrayado repetidas veces, en nuestros días hay solamente tres culturas nacionales capaces de concebir la iniciación de soluciones de conjunto a problemas mundiales actuales como el hundimiento cada vez más acelerado del actual sistema financiero mundial. Lo repito: son los Estados Unidos, Rusia y la monarquía británica. Dada esa tragedia olímpica conocida entre el público como el gobierno de Bush, sólo alguna combinación de Estados eurasiáticos en cooperación, que incluya a Rusia y a Europa occidental continental, sería capaz en la actualidad de cultivar la clase de iniciativa que se necesita con urgencia hoy en día.
Por razones que pondré aquí de relieve, la personalidad del biogeoquímico V. I. Vernadsky debiera servir de figura unificadora esencial para la contribución de la ciencia de Rusia y Ucrania al desarrollo unificado de Eurasia en su conjunto. Este programa de desarroll eurasiático ha de considerarse el rasgo central de una perspectiva de desarrollo económico general tanto para América como para Africa. En verdad, en las condiciones mundiales presentes, dicho desarrollo eurasiático es indispensable para que sobreviva no sóla Africa, sino también las naciones de América en tanto Estados nacionales viables.
Repasemos el asunto, primero, desde el punto de vista de la cuestión continua de la llamada "geopolítica", y localicemos luego las maravillosas implciaciones del legado de Vernadsky para la ciencia y la economía, no sólo para Eurasia, sino para toda la humanidad.
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¡Geopolítica, a estas alturas!
En sí misma, la cuestión estratégica en la que ubico esta discusión no es nueva. Más o menos desde 1877, la monarquía británica había hecho girar siempre su doctrina geopolítica en torno a asegurar el fomento de conflictos mutuamente devastadores entre Alemania y Rusia, como rasgo central de su gran estrategia. Todas las iniciativas importantes para el mejoramiento de la humanidad, desde la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, han girado en torno a la cooperación implícita de los EUA con las naciones principales de Eurasia continental en pro de la clase de desarrollo económico inherente a la orientación de Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, Federico List y Henry C. Carey.
Debiera recordarse que la derrota la conspiración confederada, instrumento de la monarquía británica, a manos del presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln, y la adopción del modelo económico estadounidense por Rusia, la Alemania de Bismarck, Japón, etc, después de la Exposición del Centenario realizada en Filadelfia en 1876, crearon las condiciones para construir en el continente eurasiático redes ferroviarias transcontinentales inspiradas en el precedente estadounidense. Esto, por razones que ya detallé en trabajos previos, fue el acicate de los programas conjuntos geopolítico y de construcción naval de la monarquía británica en el lapso que culminó con la manipulación de Francia y Rusia por parte de la Gran Bretaña para desatar la Primera Guerra Mundial contra Alemania, con el apoyo de instrumentos de Londres como los presidentes estadounidenses Teodoro Roosevelt y Woodrow Wilson, hijos fieles de la traicionera Confederación.
De modo parecido, al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Gran Bretaña quedó reducida a la condición de potencia mundial de segunda clase, ésta, valida tanto de métodos venecianos tradicionales como de agentes y agentes de influencia británicos dentro de los Estados Unidos, orquestó la creación de un conflicto nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. De ese modo, Londres pudo explotar los efectos de la crisis de los proyectiles para producir la autodestrucción, pasada la crisis de los proyectiles, de los dos principales rivales estratégicos de Londres, lo que condujo a la forma angloamericana presente de dominio mundial, así como a que el mundo en general se vea empujado no sólo al mayor desastre financiero de la historia, sino al borde económico de la nueva era de tinieblas que amenaza a todo el planeta.
De 1861 a 2001, la cuestión práctica central de la política mundial cobra la forma presente de la disyuntiva entre la dedicación eficiente al desarrollo económico cooperativo entre cuando menos la mayoría de los pueblos de Eurasia continental, o el dominio mundial de una nueva forma de la vieja potencia imperial marítima de la oligarquía financiera de Venecia, un "nuevo Imperio Romano" angloamericano, gobernado por el puño del "gigante tonto" estadounidense mangoneado como un lacayo inmanejable y bruto del Imperio Británico, a la manera de los presidentes estadounidenses Bush pasado y presente.
El período más parecido de la historia es uno que estudiara el gran dramaturgo William Shakespeare. La amenazadora situación que enfrenta el mundo en la actualidad es casi equiparable a la historia de Europa a lo largo del prolongado y ruinoso reinado de los Plantagenet (1154–1485), de Enrique II a Ricardo III.
Esta Casa de Anjou, en tanto aliada del poder marítimo imperial de Venecia, tuvo parte importante en la repetida ruina de Europa durante todo ese lapso. Este papel de la Casa de Anjou, así como el que tuvo en acciones "ultramontanas" para aplastar los intentos, como los que se hicieron bajo los Hohenstaufen, en especial Federico II y Alfonso el Sabio de España, por instaurar Estados nacionales, llevaron inevitablemente no sólo a la era de tinieblas de la Europa del siglo 14, sino también a tales horrores continuos como la "Guerra de los Cien Años" y las "Guerras de las Rosas" dentro de la propia Inglaterra.
Dicha alianza de Venecia con la Casa de Anjou ha de compararse con la aflicción semejante que azotó a Europa en la forma de las guerras religiosas que, en torno a los Habsburgo, tuvieron lugar entre 1511 y 1648, período que los historiadores califican a veces, con razón, de "era de tinieblas menor" en la historia europea.
El hecho estratégico esencial que han de reconocer todas las personas que no deseen que las juzguen con razón enfermas mentales, ignorantes o estúpidas, es que el mundo entero —incluida la situación interna de los propios Estados Unidos— se enfrenta de inmediato a una crisis histórica equiparable, en sus amenazadoras implicaciones, al legado del prolongado dominio imperial de los Plantagenet en varias partes de Europa, en épocas variadas, y en Inglaterra todo ese tiempo. Con la ayuda de criaturas como Ariel Sharon y del "choque de civilizaciones" y locuras semejantes, estilo "Proyecto Democracia", del Samuel P. Huntington de Zbigniew Brzezinski, el mundo se tambalea precariamente al borde de un estallido general de guerra religiosa como la que sufrió Europa de 1511 a 1648.
No es posible que los Estados Unidos sobrevivan la continuación de las directrices actuales del gobierno de Bush. O se eliminan a corto plazo esas directrices y cualquier cosa parecida, para volver a algo parecido a las medidas de recuperación económica de Franklin Roosevelt, o la autodestrucción económica de los Estados Unidos será pronto inevitable. Sin embargo, en ese caso, el que se mantenga un dominio mundial angloamericano como el que pusieron en marcha las medidas de Thatcher y Bush de 1989–1991 significaría el hundimiento prácticamente inevitable de todo el planeta en una nueva era de tinieblas igual de grave o peor que la de mediados del siglo 14 en Europa.
La opción a la mano
Mientras el gobierno de Bush mantenga sus locas directrices actuales, solamente en algunos círculos del Reino Unido y en la cooperación entre la Rusia del presidente Vladimir Putin y otros Estados de Eurasia continental existe alguna posibilidad activa de iniciar de veras la adopción de una alternativa eficaz a las horribles consecuencias de lo que tendría para la generalidad del mundo el que se mantenga el rumbo de Bush.
En el propio Reino Unido, aun entre muchos cuyas orientaciones no son, digamos, las mejores, hay cierto pavor por las implicaciones de la vil locura del gobierno estadounidense actual, así como de un Congreso de los Estados Unidos que sigue arrastrándose, como una recua de oportunistas cobardes o algo peor, ante las exigencias del gobierno de Bush y otras parecidas.
Más importante es el papel esencial de Rusia, de ligar los intereses vitales de las naciones de Europa continental occidental y central con los intereses equivalentes del centro, el sur, el sudeste y el este de Asia.
Para decirlo con toda la sencillez y exactitud que la brevedad admite, la economía real de Europa continental occidental y central no puede seguir sobreviviendo sin una economía alemana relativamente saludable. La economía de Alemania, a su vez, no puede eludir el hundimiento sin la renovación sustancial del peso relativo de su antiguo papel de exportador de tecnología. Ninguno de éstos y otros problemas conexos de Europa continental y Eurasia en su conjunto se pueden domeñar sin un nuevo sistema de crédito, sustentado en los poderes soberanos de los Estados, para adelantar crédito a largo plazo para construir infraestructura en gran escala y aumentar tecnológicamente de otras maneras la capacidad productiva física del trabajo por toda Eurasia.
Los métodos para revivir así la economía de Alemania y de la generalidad de Europa continental son los que el doctor Lautenbach le propuso que adoptara a uan reunión de 1931 de Sociedad Federico List de Alemania, proposición que, si se hubiera aprobado, pudo haber evitado el ascenso de Hitler al poder y, con ello, la Segunda Guerra Mundial también. Se trata, en lo esencial, de los mismos principios expresados venturosamente por el presidente Franklin Roosevelt, de los Estados Unidos. Los mismos métodos surtirían efecto hoy día, aun en las condiciones económicas y financieras actuales de Europa y los Estados Unidos, que, en combinación, son mucho peores que las que subyacen en el crac de 1929–1931. Se necesitaría sencillamente echar al basurero todas y cada una de las orientaciones tolerables al gobierno de Bush o al ex vicepresidente Al Gore, al menos hasta ahora.
El andamiaje general que hace falta para rescatar a naciones como las de Europa continental del desastre de otro modo inevitable al que se dirigen, debe definirse en torno a un sistema de tipos de cambio fijos, control de capitales, control de cambios y métodos proteccionistas de acuerdos de precios y comercio entre las naciones participantes. Esto quiere decir, por supuesto, abandonar las recientes y ruinosas modas del "libre comercio", la "desregulación" y la "globalización", para volver al modelo proteccionista, también llamado "hamiltoniano", del Estado nacional soberano. Quiere decir la reorganización en gran escala de la masa actual de obligaciones financieras mundiales, que nunca podrán liquidarse, reorganización que ha de realizarse con reglas que correspondan a la idea del gobierno de Franklin Roosevelt de la reorganización por quiebra.
Como nacida del instinto, hay en Alemania y otras partes de Europa continental una tendencia en esa dirección, si bien no todavía la buena gana de ir a los "extremos" que exigiría el emprender dicha recuperación económica exitosa para Europa. Si Europa desea sobrevivir, debe ir hasta el fin, de acuerdo con las conclusiones que la situación le demande.
Sin embargo, por más que Francia simule ejercer verdadera soberanía en algunas ocasiones escogidas, el resultado combiando de las dos guerras mundiales, la crisis de los cohetes de 1962, etc, es que ninguna nación de Europa continental occidental o central tiene un instinto actual por iniciativas de política nacional de veras soberanas que pudieren ser contrarias a las potencias angloparlantes. Piensan dentro de los límites autoimpuestos de lo que sospechan que sus señores angloamericanos les permiten pensar. Pueda que tengan el corazón donde debe estar, pero los puños no los sacan de los bolsillos.
Aquí entra Rusia. El hecho de que Europa occidental no pueda sobrevivir las tendencias presentes, salvo a través de la cooperación pertinente a largo plazo apoyada en la buena disposición de la Rusia del presidente Putin, y el hecho de que Rusia, por su instinto cultural nacional profundamente arraigado, sea capaz de pensar en soluciones mundiales, le da a Europa occidental continental mucho, si bien no todo, de ese grado de aliento que, de otro modo, le falta para proceder al servicio de sus intereses vitales soberanos en estas cuestiones.
De modo parecido a lo que toca a Europa occidental y central, Rusia tiene también importancia crítica para la cooperación entre los Estados de Asia oriental, central y del sur, sobre todo. Un grupo de naciones, reunidas merced a la cooperación triangular entre Rusia, China y la India, en el que por eso toman parte la mayoría de los Estados de Asia, nos ofrece una perspectiva razonable de cooperación a largo plazo, bien fundada, cooperación que de otro modo sería prácticamente imposible de conseguir. En las condiciones económico-estratégicas que arremeten actualmente, en las que el poder financiero angloamericano se evapora, es probable que se pongan sobre la mesa nuevas opciones, incluso con buen éxito.
Las posibilidades de cooperación continental eurasiática a largo plazo (incluido Japón, por supuesto),[1] da así la piedra angular de la que depende la posibilidad de recuperación económica mundial. Sin esa piedra angular, la situación de la arruinada Africa es indescriptiblemente desesperada, y la situación de las naciones reunidas recientemente en Quebec es también desesperada.
He subrayado a este respecto, en trabajos publicados con enterioridad, que el desarrollo de la infraestructura económica básica de los territorios del centro y el norte de Asia, incluidas las regiones de la tundra, es indispensable para que la clase de desarrollo económico mundial a largo plazo que yo he planteado tenga buen éxito. Como lo he subrayado en esos trabajos, para asimilar lo que el desarrollo implica para la práctica debemos ver el desarrollo necesario de la infraestructura económcia básica con los ojos del gran biogeoquímico V. I. Vernadsky.
Como lo subrayé en esos trabajos, debemos reconocer que lo que llamamos infraestructura económica básica es un mejoramiento de la biosfera más allá de la capacidad de ésta de desarrollarse y defenderse sin la intervención cognoscitiva humana. Debemos ver la biosfera nejorada así por el hombre como algo que representa lo que Vernadsky llamaba "productos naturales" de la cognición humana, producidos como las mejoras cualitativas de la biosfera necesarias para elevar la biosfera a la forma cualitativamente superior la noosfera.
Nunca debemos tomar el desarrollo de la infraestructura económica básica como una intrusión destructora en la biosfera, sino más bien como una mejora necesaria de la calidad de la biosfera en tanto biosfera, así como una forma de mejoramiento que eleva la biosfera al nivel superior de ser parte integral de la noosfera. En verdad, esa regla no es meramente una defensa de la urgencia de desarrollar y mantener la biosfera por medio de la infraestructura económica básica, sino que representa también la regla por la que debemos gobernarnos al cambiar la biosfera por emdio del desarrollo de la infraestructura.
Aunque hay cierta tendencia a limitar las proposiciones actuales de desarrollo de la infraestructura a "una nueva Ruta de la Seda", semejante eslabón de transporte, por sí mismo, no cubriría las necesidades de un ascenso general y soistenible del desarrollo económico de Eurasia. Lo que se necesita es, más que una mera "nueva Ruta de la Seda", es una red de corredores de transporte, generación y distribución de electricidad, grandes obras hidráulicas y cambios semejantes, todos a los largo de rutas de desarrollo de hasta cien kilómetros de ancho.
En esta forma, no sólo el crecimiento económico a lo largo de la ruta de transporte reduce el costo neto efectivo del transporte de bienes a través de Eurasia muy por debajo del costo del transporte marítimo. Con dichos métodos, las regiones de Asia Central y del Norte escasamente pobladas en la actualidad se tornarían más fructíferas y populosas, y hasta las que son en la actualidad zonas funcionalmente desiertas emergerían como zonas de desarrollo económico. En esas condiciones, dicahs regiones de Asia se volverían, por su relación con otras partes de Asia densamente pobladas, las regiones de avanzada más grandes y ricas del mundo para el crecimiento económico futuro inmediato del planeta entero.
Cuando esas oportunidades se toman juntos con los recursos naturales de la región en la que ha de ocurrir este de la infraestructura, la cooperación eurasiática en torno a esta perspectiva se vuelve la gran oportunidad para toda Eurasia, así como el motor económico necesario para el desarrollo de Africa y la revitalización de los Estados de América que tomen parte como socios de esta empresa.
La naturaleza peculiar de las tareas que esto demanda para el desarrollo de ancha base de la infraestructura económica básica trae al proscenio al personaje de Vernadsky, en tanto figura científica central a tener en cuenta para toda esta cooperación con centro en Eurasia.
Donde hay vida, hay esperanza
Concentremos ahora la atención en dos de las afirmaciones principales del biogeoquímico Vernadsky sobre la manera en que la Tierra, tomada en su conjunto, se organiza naturalmente.
Subrayó el hecho anómalo pero ineludible de que los procesos vivos producen en los procesos no vivos cambios físicos medibles que los propios procesos no vivos no producen. Esto es lo que definió como la biosfera.
Subrayó también, de modo parecido, que la intervención de las facultades científicas creadoras humanas en la biosfera produce formas medibles de mejoramientos físicos en la biosfera, los cuales no se generan sin dicha intervención humana. Definió nuestro planeta, en el que los procesos vivos transforman a los no vivos, y en el que los procesos cognoscitivos transforman a los procesos vivos, como una noosfera.
Subrayó el hecho de que los efectos experimentalmente distinguibles de los procesos vivos, que no son producidos por procesos no vivos comparables, son productos naturales de la acción de los procesos vivos sobre los no vivos. De modo parecido, los efectos que sólo la acción cognoscitiva humana produce como mejoramientos de la biosfera son definibles experimentalmente Como productos naturales de la cognición humana.
Con sólo una notabilísima omisión doble, la organización de Vernadsky de sus descubrimientos experimentales de anomalías y principios, y los descubrimientos de otros, en la forma de un concepto de la noosfera, representó una revolución necesaria en el modo de pensar del mundo acerca del conocimiento científico en general. A pesar de la omisión mencionada, de la que trataré en su debido momento, la importancia de la obra de Vernadsky para el desarrollo de Eurasia en su conjunto tiene las expresiones siguientes, más o menos obvias.
Primero, por motivos que ya señalé, la profundidad y el alcance del desarrollo de la infraestructura económica básica y sus corredores de desarrollo anexos pone en jaque las nociones científicas y económicas ordinarias de dominio de la biosfera, parte de una noosfera, más allá de cualquier cosa que se haya emprendido previamente. El revolucionario concepto de Vernadsky de la biosfera representa un cambio importante, en profundidad, en el modo en que los planificadores deben pensar respecto a la biosfera y la infraestructura económica básica como tal.
Segundo, en el desarrollo de la infraestructura económica básica de Asia Central y del Norte en la escala indicada apostamos mucho, por lo menos por un cuarto de siglo, a la prudencia de las opciones que se nos presentan. Debemos darle la importancia correspondiente a la aceleración del desarrollo científico fundamental y conexo por nuevas rutas de investigación, ya implícitas en la obra de Vernadsky.
Tercero, una de las implicaciones más importantes de la obra de Vernadsky en este campo es el modo en que nos fuerza a prestar atención a rasgos conocidos y antes desconocidos de los principios físicos que distinguen a los procesos vivos de los no vivos. Apenas una de las implicaiones subsumidas de esto es que el mundo se enfrenta a la explosión de una crisis emergente en el dominio de las infecciones y enfermedades conexas de la vida humana, animal y vegetal, dificultad que nos impulsa a buscar maneras más profundas de abordar tales materias, aparte de los métodos existentes, en vías de verse superados por el problema.
Esas tres razones serían motivo bastante para poner la obra de Vernadsky en un sitial de elevado honor en la labor del desarrollo eurasiático. Debemos añadir dos consideraciones a las que acabamos de hacer.
Primero, tal vez más que cualquier otro personaje del siglo pasado, Vernadsky enfrentó al mundo científico a las implicaciones más profundas de la obra de predecesores como el francés Luis Pasteur. Segundo, esto dio, entre otros frutos, el de fomentar progresos científicos conexos en Rusia y Ucrania, que todavía en los decenios recientes han sido proseguidos mejor por los especialistas de ahí, en algunos respectos, que en el resto del mundo. Es uno de los campos en que los principales especialistas de ahí todavía tienen, a pesar de los efectos ruinosos de los problemas económicos de los decenios recientes, una contribución notable y más o menos singular a la práctica y el progreso de la ciencia del mundo en general.
Por estas cinco y otras razones conexas, la imagen de las exigencias constante que para la ciencia y la técnica representa, del modo más vigoroso y comprehensivo, la obra de Vernadsky, nos sirve ahora como la imagen tal vez más apropiada y personalizada de los beneficios que para toda la humanidad supone la procura del desarrollo esencial de la nueva cooperación eurasiática, el desarrollo de su infraestructura económica básica, obsequio duradero de esta cooperación a toda la humanidad futura.
Llámenlo, pues, "el Síndrome Vernadsky".
El asunto de Riemann
La naturaleza del argumento de Vernadsky sobre la noosfera, y los hechos a los que hace refencia, tiene implicaciones tan profundas para todo el pensamiento científico que , como en cualquier gran adelanto científico de la historia pasada, un gran descubridor, como Johannes Kepler, por ejemplo, le deja a sus sucesores más preguntas que respuestas completas. Así, la obra de Vernadsky nos exige hoy día tomar en cuenta el significado de los descubrimientos de Bernhard Riemann sin los cuales mucho del descubrimiento que ofreció Vernadsky, fruto de su propia labor y la de otros, no podría presentarse en una forma suficientemente integrada. De modo parecido, sin situar la noción de la noosfera en el contexto de mi campo, la ciencia de la economía física, no es factible la aplicación práctica de la noción de la noosfera a la economía nacional.
Como mis propios descubrimientos originales en economía física me llevaron a descubrir la importancia de la obra de Riemann como un modo de integrar esos descubrimientos, mi propia confianza en la obra de Vernadsky creció en incrementos más o menos discretos en el curso de los cuatro decenios recientes.
El problema conceptual que hay que considerar tiene los rasgos principales siguientes.
Es desiciva la idea de que existe un principio físico universal de la vida como tal, principio diferente de cualquier cosa que se encuentre en procesos no vivos, excepto por la intervención de procesos vivos. Este concepto tiene una larga historia dentro de los límites de la propia física matemática experimental.
El primer ejemplo decisivo es el que resume Platón en su diálogo Timeo, la idea, basada en las implicaciones anómalas del descubrimiento del principio de los cinco sólidos platónicos, de que hay un principio universal medible de la vida que no aparece en procesos no vivos.
Es notable que Luca Pacioli y Leonardo da Vinci, dos seguidores del cardenal Nicolás de Cusa, quien, entre otras misiones, fundó la ciencia física experimental moderna, pusieran de relieve las pruebas de Platón; lo mismo Johannes Kepler, seguidor declarado de Cusa, Pacioli y Leonardo. Kepler basó en esos principios todos sus descubrimientos de principio en la ciencia física, incluido su descubrimiento original de la gravitación universal.
Sin embargo, con el lanzamiento del empirismo, obra de Paolo Sarpi, la ciencia oficial moderna ha quedado dividida entre la ciencia clásica de Platón, Cusa, Pacioli, Leonardo, Gilbert, Kepler, Huyghens, Leibniz, Gauss, Monge, Gauss, Alejandro de Humboldt, Riemann, etc, por un lado, y los empiristas y cartesianos, por el otro. Es notable que todos los empiristas, en especial esos empiristas radicales llamados positivistas lógicos, insistan qn que la vida es, en principio, producto de principios mecánicos. De esta opinión extremista dan ejemplo las doctrinas reduccionistas, de torre de marfil, de los que sostienen que la vida es meramente un producto de la biología molecular.
Así, la influencia de la escuela empirista y su progenie le ha cerrado el paso en gran medida a lo que se hubiera realizado si el método reduccionista radical no gozara de hegemonía relativa entre las ramas mejor financiadas de la práctica científica. En gran medida por esto, las pruebas del tipo a que se refiere Vernadsky, respecto al principio de la vida como tal, se hallan dispersas aquí y allá, en montoncitos sueltos. Tenemos un conjunto abundante de anomalías experimentalmente comprobadas, que reflejan el hecho de que la vida es un principio físico universal distinto, separado de los procesos no vivos; pero carecemos del trabajo de equipo bien organizado que se necesita para darle a una gran variedad de anomalías pertinentes y probadas la forma necesaria para acercarnos a la condición en que, más adelante, podamos definir el correspondiente principio universal de la vida como tal.
Vernadsky tuvo razón en mencionar la proposición que recibió de que el asunto de los nexos entre varios tipos de anomalías se debe abordar, conceptualmente, desde el punto de vista de la obra de Riemann sobre las multiplicidades multiconexas hipergeométicas. Esta es precisamente la situación a la que nos enfrentamos en mi especialidad, la ciencia de la economía física, en la que se tiene que inferir un principio de cognición a partir de su expresión efectiva en diferentes medios, en lo cual el hecho de que la conexión es multiconexa en el sentido riemanniano es decisivo.
Se tiene que fomentar el trabajo de especialistas en los tipos pertinentes de efectos biogeoquímicos anómalos, y se deben emplear y equipar grupos de estudiantes talentosos y profesionistas para que podamos llenar las muchas lagunas experimentales en nuestros estudios de las anomalías pertinentes. Son de notable importancia los individuos de Rusia y Ucrania con antecedentes en este trabajo. Correctamente reubicada en el dominio de la aplicación de la ciencia de la economía física a la misión de la infraestructura de Eurasia, la recostrucción de la capacidad científica en estas implicaciones la biogeoquímica puede venir a ayudar también a reconstruir la capacidad científica general, agotada a últimas fechas, tanto de Rusia como de Ucrania, en particular.
Finalmente, las formas eficientes del trabajo científico fundamental son empresas sumamente personalizadas. El sello mental característico del trabajador científico destacado es parte integral de la competencia que esa personalidad señera fomenta en el desarrollo de sus discípulos y colaboradores. La ciencia es tan cooperativa como Arquímedes gritnado: "¡Eureka!" a todo el que pudiera oírlo; pero, al mismo tiempo, es sumamente personal e individual. Cuando un estudiante trata de revivir el acto comprobado de descubrimiento original de un principio físico universal que hiciera un predecesor, dicho estudiante revive en su propia mente ese momento de descubrimiento de la mente del predecesor. De modo que los descubridores más grandes de la historia, aun cuando hayan muerto desde hace mucho, siguen teniendo un tipo indispensable de efecto personal en los procesos de pensamiento más íntimos del estudiante o el trabajador científico de nuestros días.
Por eso, que el genuino proceso de pensamiento del gran Vernadsky se reproduzca en la mente de los profesionistas y estudiantes talentosos de la actualidad. Para producir ese efecto deseado, debemos empezar por recordar su nombre.
[1] Una o dos líneas ferroviarias que, partiendo de Siberia, Corea o los dos lugares, enlacen a Eurasia continental con las islas de Japón, aclararía ese punto.
La biósfera y la noósfera
TOMADO DEL SITIO WEB DEL INSTITUTO SCHILLER, ESPECIAL SOBRE EL CIENTÍFICO RUSO-UCRANIANO, VLADIMIR VERNADSKY
LEE EL ARTÍCULO ORIGINAL EN LA PAGINA DEL INSTITUTO SCHILLER
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por Vladimir I. Vernadsky
A continuación reproducimos extractos de un artículo que escribió el famoso científico ruso–ucraniano Vladimir I. Vernadsky en diciembre de 1943. Originalmente lo publicó la revista American Scientist en inglés en enero de 1945. Esta versión en español, que es la primera que hay, que sepamos, viene de una adaptación que publicó en inglés EIR, en Vladimir I. Vernadsky coordinación con Rachel Douglas, quien comparó la traducción del doctor George Vernadsky de la Universidad de Yale con la edición original en ruso del libro de Vernadsky, Biosfera (Moscú: Mysl Publishing House, 1967). Omitimos los pies de página.
La noosfera
. . . Estamos llegando al clímax de la Segunda Guerra Mundial. En Europa la guerra reinició en 1939, luego de una pausa de 21 años; en Europa Occidental ha durado cinco años, y de nuestro lado, en Europa Oriental, va por su tercer año. En cuanto al Lejano Oriente, la guerra reinició ahí mucho antes, en 1931, y ya va en su doceavo año. Una guerra de tal poderío, duración e intensidad es un fenómeno sin paralelo en la historia de la humanidad y de la biosfera en general. Es más, le antecedió la Primera Guerra Mundial, la cual, aunque de menor poderío, tiene un nexo causal con la presente.
En nuestro país esa Primera Guerra Mundial desembocó en una nueva forma de Estado que no tiene precedentes en la historia, no sólo en la esfera de la economía, sino también en la de las aspiraciones de las nacionalidades. Desde la óptica del naturalista (y de modo parecido, creo yo, de la del historiador) una fenómeno histórico de semejante poderío puede y debe examinarse como parte de un solo proceso geológico terrestre grandioso, y no como un mero proceso histórico.
La Primera Guerra Mundial se refleja en mi trabajo científico del modo más decisivo. Cambió de forma radical mi concepción geológica del mundo. Es en la atmósfera de esa guerra que he abordado un concepto de la naturaleza en ese momento olvidado y, así, nuevo para mí y para otros, un concepto geoquímico y biogeoquímico que abarca la naturaleza viva y la no viva desde la misma perspectiva. Pasé los años de la Primera Guerra Mundial en mi trabajo científico creativo ininterrumpido, el cual he continuado hasta ahora de manera constante en la misma dirección.
Hace 28 años, en 1915, se formó en la Academia de Ciencias una “Comisión para el Estudio de las Fuerzas Productivas” de nuestro país, la llamada KEPS. Esa comisión, de la cual fui elegido presidente, tuvo una función destacada en el período decisivo de la Primera Guerra Mundial. Por completo de improviso, en medio de la guerra, a la Academia de Ciencias le quedó claro que en la Rusia zarista no había datos precisos en cuanto a las ahora llamadas materias primas estratégicas, y tuvimos que recabar y digerir datos dispersos con rapidez a fin de llenar la laguna en nuestro conocimiento. Por desgracia, para cuando empezó la Segunda Guerra Mundial sólo se conservó a la parte más burocrática de esa comisión, el llamado Consejo de las Fuerzas Productivas, y fue necesario restaurar sus otros componentes a toda prisa.
Al abordar el estudio de los fenómenos geológicos desde una perspectiva geoquímica y biogeoquímica, hemos de comprender la totalidad de la naturaleza circundante en el mismo aspecto atómico. Para mí, dicho enfoque coincide de modo inconciente con lo que caracteriza a la ciencia del siglo 20 y la distingue de la de los siglos pasados. El siglo veinte es el siglo del atomismo científico.
Resulta que en ese entonces, en 1917–1918, yo estaba, de pura casualidad, en la Ucrania, y no pude regresar a Petrogrado sino hasta 1921. En todos esos años, dondequiera que residía mis pensamientos apuntaban a las manifestaciones geoquímicas y biogeoquímicas de la naturaleza circundante, la biosfera. Al tiempo que las observaba, de manera simultánea dirigía mis lecturas y mis reflexiones a este tema de un modo intenso y sistemático. Expuse de forma gradual las conclusiones a las que llegaba, en la medida que iban formándose, a través de conferencias e informes que presentaba en cualquier ciudad en la que estuviera, en Yalta, Poltava, Kíev, Simferópol, Novorossisk, Rostov, etc. Además, en casi cada ciudad en la que estuve, solía leer todo lo que había relacionado con el problema en su sentido más amplio. Dejé de lado cuanto puede las aspiraciones filosóficas y traté de apoyarme sólo en hechos empíricos y científicos con firmeza establecidos y en generalizaciones, permitiéndome de vez en cuando recurrir a hipótesis científicas de trabajo. En vez del concepto de “vida”, introduje el de “materia viva”, el cual ahora parece estar establecido con firmeza en la ciencia. La “materia viva” es la totalidad de los organismos vivos. No es sino una generalización científica empírica de hechos indisputables en términos empíricos que son de todos conocidos, y observables con facilidad y precisión. El concepto de “vida” siempre rebasa las fronteras del concepto de “materia viva”; entra al reino de la filosofía, el folclore, la religión y las artes. Todo lo que queda fuera de la noción de “materia viva”.
En lo más tupido de la vida hoy día, tan intensa y compleja como es, una persona, y toda la humanidad de la cual es inseparable, prácticamente olvida que está conectada de un modo indivisible con la biosfera, con esa parte específica del planeta donde viven. Es común hablar del Hombre como un individuo que se mueve con libertad por nuestro planeta, y que con libertad construye su propia historia. Hasta ahora, ni los historiadores ni los científicos de humanidades, ni hasta cierto grado los biólogos siquiera, han tomado en consideración de manera conciente las leyes de la naturaleza de la biosfera, la envoltura de la Tierra que es el único lugar donde puede existir la vida. El Hombre es elementalmente indivisible de la biosfera. Y esta inseparabilidad apenas ahora empieza a quedarnos clara con precisión. En realidad no existe ningún organismo vivo en un estado libre en la Tierra. Todos estos organismos están conectados de modo inseparable y continuo —primero y antes que nada por la alimentación y la respiración— con su ambiente energético–material.
El destacado académico de Petersburgo, Caspar Wolf (1733–1794), quien dedicó toda su vida a Rusia, lo expresó de manera brillante en su libro, que fue publicado en alemán en San Petersburgo, en 1789, el año de la Revolución Francesa: Sobre la fuerza peculiar y eficiente, característica de la sustancia vegetal y animal. A diferencia de la mayoría de los biólogos de su época, él se apoyaba en Newton, más que en Descartes.
La humanidad, en tanto materia viva, está conectada de manera inseparable con los procesos energético–materiales de una envoltura geológica específica de la Tierra, su biosfera. La humanidad no puede ser independiente de la biosfera en lo físico, ni por un minuto.
El concepto de la “biosfera”, es decir, del “dominio de la vida”, lo introdujo en la biología [Jean–Baptiste de Monet, caballero de] Lamarck (1744–1829) en París, a comienzos del siglo 19; y en la geología, Edward Suess (1831–1914) en Viena, a fines de ese siglo. En nuestro siglo hay un entendimiento por completo nuevo de la biosfera. Está surgiendo como un fenómeno planetario de naturaleza cósmica. En la biogeoquímica tenemos que considerar que la vida (los organismos vivos) en realidad no sólo existe en nuestro planeta, no sólo en la biosfera de la Tierra. Me parece que esto ha quedado establecido más allá de toda duda, hasta ahora, para todos los llamados planetas terrestres, o sea, Venus, la Tierra y Marte. En el Laboratorio Biogeoquímico de la Academia de Ciencias de Moscú, a la que han rebautizado como el Laboratorio de Problemas Geoquímicos, en colaboración con el Instituto de Microbiología de la Academia de Ciencias (el director y académico correspondiente B.L. Isachenko), ya desde 1940 identificamos la vida cósmica como un objeto de estudio científico. Este trabajo fue suspendido debido a la guerra, y habrá de reanudarse a la primera oportunidad.
La idea de la vida en tanto fenómeno cósmico la han hallado en los archivos científicos, entre ellos los nuestros, desde hace mucho tiempo. Hace siglos, a fines del siglo 17, el científico holandés Christiaan Huygens (1629–1695) en su última obra, Cosmotheoros, que fue publicada de manera póstuma, formulaba esta cuestión científica. El libro fue publicado en ruso dos veces en el primer cuarto del siglo 18, a iniciativa de Pedro I. En este libro, Huygens establece la generalización científica de que “la vida es un fenómeno cósmico, de algún modo marcadamente distinto a la materia no viva”. Yo bauticé hace poco esta generalización como “el principio de Huygens”.
Por su peso, la materia viva comprende una parte minúscula del planeta. Es evidente que éste ha sido el caso a lo largo de todo el tiempo geológico, es decir, que es eterna en términos geológicos. La materia viva está concentrada en una capa delgada y más o menos continua de la troposfera en tierra seca —en campos y bosques—, y penetra el océano entero. En cantidad, no mide más de décimas de uno por ciento del peso de la biosfera, en el orden de cerca del 0,25%. En terreno seco, su masa continua alcanza una profundidad quizás menor a 3 km en promedio. No existe fuera de la biosfera.
En el transcurso del tiempo geológico la materia viva cambia su morfología según las leyes de la naturaleza. La historia de la materia viva cobra expresión como una modificación lenta de las formas de los organismos vivos que de forma ininterrumpida están conectados en términos genéticos entre ellos mismos, de generación a generación. Esta idea vino surgiendo en la investigación científica a través de las épocas, hasta que en 1859 obtuvo una base sólida con los grandes logros de Charles Darwin (1809–1882) y [Alfred Russell] Wallace (1822–1913). Fue forjada en la doctrina de la evolución de las especies de plantas y animales, incluido el Hombre. El proceso evolutivo sólo es característico de la materia viva. No hay manifestaciones suyas en la materia no viva de nuestro planeta. En la Era Criptozoica se formaban los mismos minerales y rocas que se forman ahora. Las únicas excepciones son los cuerpos naturales bioinertes unidos de un modo u otro con la materia viva.
El cambio en la estructura morfológica de la materia viva observado en el proceso de evolución conduce de forma inevitable a un cambio en su composición química. Esta cuestión ahora requiere de verificación experimental. En colaboración del Instituto de Paleontología de la Academia de Ciencias, incluimos este problema en nuestro trabajo planificado en 1944.
En tanto que la cantidad de materia viva es despreciable con relación a la masa no viva y bioinerte de la biosfera, las rocas biogénicas constituyen gran parte de su masa y rebasan con mucho las fronteras de la biosfera. Sujetos al fenómeno de metamorfismo, se convierten, perdiendo toda traza de vida, en la envoltura granítica, y dejan de ser parte de la biosfera. La envoltura granítica de la Tierra es la región de las biosferas anteriores. En el libro de Lamarck, Hidrogeología (1802), que contiene muchas ideas admirables, la materia viva, del modo que lo entiendo, se reveló como la creadora de las principales rocas de nuestro planeta. Lamarck nunca aceptó el descubrimiento de [Antoine Laurent de] Lavoisier (1743–1794). Pero ese otro gran químico, J.B. Dumas (1800–1884), el contemporáneo más joven de Lamarck que si aceptó el descubrimiento de Lavoisier y que estudió con intensidad la química de la materia viva, también fue un adherente por mucho tiempo de la noción de la importancia cuantitativa de la materia viva en la estructura de las rocas de la biosfera.
Los contemporáneos más jóvenes de Darwin, J.D. Dana (1813–1895) y J. Le Conte (1823–1901), grandes geólogos estadounidenses ambos (y Dana, minerólogo y biólogo también), plantearon, aun antes de 1859, la generalización empírica de que la evolución de la materia viva procede en una dirección definida. A este fenómeno Dana lo llamó “cefalización”, y Le Conte, la “Era Psicozoica”. Dana, al igual que Darwin, adoptó esta idea durante su viaje alrededor del mundo, el cual inició en 1838, dos años después del regreso de Darwin a Londres, y duró hasta 1842.
Cabe señalar aquí que la expedición en la que Dana sacó sus conclusiones sobre la cefalización, los bancos de coral, etc., estuvo asociada en la historia con las investigaciones sobre el océano Pacífico realizadas en viajes oceánicos de navegantes rusos, en particular Kruzenshtern (1770–1846). Publicadas en alemán, inspiraron al abogado estadounidense John Reynolds a organizar el primero de dichos viajes científicos estadounidenses por mar. Empezó a trabajar en esto en 1827, cuando salió un relato en alemán de la expedición de Kruzenshtern. No fue sino hasta 1838, once años después, que sus esfuerzos tenaces se tradujeron en esta expedición. Ésta fue la expedición de [Charles] Wilkes, que de forma concluyente probó la existencia de la Antártida.
Las nociones empíricas de una dirección definida del proceso evolutivo, aunque sin ningún intento por fundamentarlo de forma teórica, se remontan a ya avanzado el siglo 18. [Georges Louis Leclerc, conde de] Buffon (1707–1788) habló del “dominio del Hombre”, por la importancia geológica del Hombre. La idea de la evolución le era ajena. Así también le era [Jean Louis Rodolphe] Agassiz (1807–1873), quien introdujo la idea del período glacial en la ciencia. Agassiz vivió en un período de florecimiento impetuoso de la geología. Él admitía que, en lo geológico, había llegado el dominio del Hombre, pero, por sus principios religiosos, era contrario a la teoría de la evolución. Le Conte señala que Dana, quien antes tenía una opinión afín a la de Agassiz, en los últimos años de su vida aceptó la idea de la evolución en su entonces común interpretación darwiniana. Desapareció así la diferencia entre la “Era Psicozoica” de Le Conte y la “cefalización” de Dana. Es de lamentar que, en especial en nuestro país, esta importante generalización empírica aún sigue fuera de la mira de nuestros biólogos.
La solidez del principio de Dana, que resulta que está fuera de la mira de nuestros paleontólogos, puede verificarlo con facilidad cualquiera que esté dispuesto a hacerlo sobre la base de cualquier tratado moderno de paleontología. El principio no sólo abarca a todo el reino animal, sino que se revela de igual manera con claridad en especies particulares de animales. Dana señalaba que en el transcurso del tiempo geológico, al menos 2.000 millones de años y quizá mucho más, ocurre un proceso irregular de crecimiento y perfección del sistema nervioso central, empezando con los crustáceos (cuyo estudio Dana usó para establecer su principio), los moluscos (cefalópodos), y terminando con el Hombre. Es este fenómeno al que llamó cefalización. El cerebro, una vez que alcanza cierto nivel en el proceso de evolución, no está sujeto a la retrogresión, sino que sólo puede progresar más.
Partiendo de la noción de la función geológica del Hombre, el geólogo A.P. Pávlov (1854–1929) en los últimos años de su vida solía hablar de la Era Antropogénica en la que vivimos ahora. Aunque no consideró la posibilidad de la destrucción de los valores espirituales y materiales que ahora presenciamos en la bárbara invasión de los alemanes y sus aliados, poco más de diez años después de su muerte, puso de relieve, de manera correcta, que el Hombre, ante nuestros propios ojos, está deviniendo en una fuerza geológica poderosa y siempre creciente. Esta fuerza geológica cobró forma de manera imperceptible en un período largo de tiempo. Coincidió con esto un cambio en la posición del Hombre en nuestro planeta (primero que nada, en su posición material). En el siglo 20 el Hombre, por primera vez en la historia de la Tierra, conoció y abarcó toda la biosfera, completó el mapa geográfico del planeta Tierra, y colonizó toda su superficie. La humanidad devino en una sola totalidad en la vida de la Tierra. No hay ningún lugar de la Tierra donde el Hombre no pueda vivir si así lo quiere. Nuestra gente habitando el hielo flotante del Polo Norte en 1937–1938 ha probado esto de modo patente. Al mismo tiempo, debido a las maravillosas técnicas y éxitos del pensamiento científico, la radio y la televisión, el Hombre puede hablar de forma instantánea con quienquiera que desee en cualquier lugar de nuestro planeta. El transporte aéreo ha alcanzado una velocidad de varios cientos de kilómetros por hora, y no ha llegado a su máximo. Todo esto es resultado de la “cefalización”, del crecimiento del cerebro del Hombre y del trabajo que su cerebro dirige.
El economista L. Brentano ilustró la importancia planetaria de este fenómeno con los siguientes cálculos asombrosos: si le asignaran a cada Hombre un metro cuadrado, y si colocaran a cada Hombre hombro con hombro, no ocuparían ni el área del pequeño lago de Constanza que está entre las fronteras de Baviera y Suiza. El resto de la superficie de la Tierra quedaría sin hombres. Así, la totalidad de la humanidad junta representa una masa insignificante de la materia del planeta. Su fortaleza no deriva de su materia, sino de su cerebro. Si el Hombre entiende esto, y no usa su cerebro y su trabajo para la autodestrucción, se abre ante sí un futuro inmenso en la historia geológica de la biosfera.
El proceso geológico evolutivo muestra la unidad biológica y la igualdad de todos los hombres, Homo sápiens y sus ancestros, Sinántropos y otros; su progenie en la mezcla de las razas blanca, roja, amarilla y negra evoluciona sin cesar en incontables generaciones. Ésta es una ley de la naturaleza. Todas las razas pueden cruzarse y producir retoños fértiles. En un marco histórico, como por ejemplo en una guerra de tal magnitud como la actual, termina por ganar quien sigue esa ley. Uno no puede oponerse impune al principio de la unidad de todos los hombres como una ley de la naturaleza. Uso aquí la frase “ley de la naturaleza”, del modo que las ciencias física y química usan cada vez más este término, en el sentido de una generalización empírica establecida con precisión.
El proceso histórico cambia de forma radical ante nuestros propios ojos. Por primera vez en la historia de la humanidad los intereses de las masas, por un lado, y el libre pensamiento de los individuos, por el otro, determinan el curso de la vida de la humanidad y brindan las pautas para las meras ideas de justicia. La humanidad en su conjunto está convirtiéndose en una fuerza geológica poderosa. Ahí surge el problema de la reconstrucción de la biosfera en el interés de la humanidad librepensante como una sola totalidad. Este nuevo estado de la biosfera, al cual nos acercamos sin percatarnos, es la noosfera.
En mi disertación en la Sorbona de París en 1922–23, acepté la fenomenología biogeoquímica como la base de la biosfera. El contenido de parte de estas disertaciones salió publicado en mi libro Estudios de Geoquímica, que apareció primero en francés en 1924, y luego en una traducción rusa en 1927. El matemático francés y filósofo bergsoniano Le Roy aceptó el fundamento biogeoquímico de la biosfera en tanto punto de partida, y en sus disertaciones en el Collège de Francia en París, introdujo en 1927 el concepto de la noosfera como la fase geológica por la cual atraviesa la biosfera ahora. Él destacaba que llegó a semejante noción en colaboración de su amigo Teilhard de Chardin, un gran geólogo y paleontólogo que ahora trabaja en China.
La noosfera es un fenómeno geológico nuevo en nuestro planeta. En él, por primera vez el Hombre deviene en una fuerza geológica a gran escala. Puede y debe reconstruir la esfera de su vida mediante su trabajo y pensamiento, reconstruirla de forma radical en comparación con el pasado. Se abren ante él posibilidades creativas cada vez más amplias. Puede que la generación de nuestros nietos se acercará a su florecimiento.
Aquí se nos presenta un nuevo enigma. El pensamiento no es una forma de energía. ¿Cómo, entonces, puede cambiar los procesos materiales? Esa interrogante aún no ha sido contestada. Hasta donde sé, el primero que la planteó fue un científico estadounidense nacido en Lvov, el matemático y biofísico Alfred Lotka. Pero no pudo contestarla. Como [Johann Wolfgang von] Goethe (1740–1832), quien no sólo era un gran poeta sino un gran científico también, en una ocasión señaló que en la ciencia sólo podemos saber cómo ocurre algo, pero no podemos saber por qué ocurrió.
En cuanto a la llegada de la noosfera, a cada paso vemos a nuestro alrededor las consecuencias empíricas de ese proceso “incomprensible”. Esa rareza mineralógica, el hierro puro, ahora se produce por miles de millones de toneladas. El aluminio puro, que no nunca antes existió en nuestro planeta, ahora se produce en cualquier cantidad. Lo mismo es cierto en cuanto al número incontable de combinaciones químicas artificiales (minerales biogénicos “culturales”) recién creados en nuestro planeta. La cantidad de tales minerales artificiales crece todo el tiempo. Todas las materias primas estratégicas pertenecen ahí. En términos químicos, el Hombre está cambiando drásticamente la faz de nuestro planeta, la biosfera, de modo conciente y, más aún, de forma inconciente. El Hombre cambia la física y la química de la envoltura aérea de la tierra, así como de todas sus aguas naturales. En el siglo 20, a resultas del crecimiento de la civilización humana, los mares y las partes de los océanos más cercanas a las costas han cambiado de forma cada vez más marcada. El Hombre tiene que tomar ahora cada vez más medidas para preservar la riqueza de los mares, que hasta ahora no pertenecían a nadie, para las generaciones futuras. Además de esto, el Hombre está creando nuevas especies y razas de animales y plantas. Los sueños de los cuentos de hadas parecen posibles en el futuro; el Hombre está esforzándose por salir de las fronteras de su planeta hacia el espacio cósmico. Y probablemente lo hará.
Al presente no podemos darnos el lujo de no advertir que en la gran tragedia histórica que vivimos, hemos elegido elementalmente la vía correcta que lleva a la noosfera. Digo elementalmente, en tanto que toda la historia de la humanidad procede en esta dirección. Los historiadores y los dirigentes políticos apenas empiezan a acercarse a una comprensión del fenómeno de la naturaleza desde esta perspectiva. El enfoque de Winston Churchill (1932) al problema, desde el ángulo de un historiador y dirigente político, es muy interesante.
La noosfera es la última de muchas fases de la evolución de la biosfera en la historia geológica. El curso de esta evolución apenas comienza a quedarnos claro mediante un estudio de algunos de los aspectos del pasado geológico de la biosfera. Permítaseme mencionar unos cuantos ejemplos. Hace 500 millones de años, en la era geológica Cámbrica, aparecieron por primera vez en la biosfera las formaciones esqueléticas de animales, ricas en calcio; las de las plantas aparecieron hace unos 2.000 millones de años. Esa función del calcio de la materia viva, ahora desarrollada con potencia, fue uno de los factores evolutivos más importantes del cambio geológico de la biosfera. Un cambio no menos importante en la biosfera ocurrió hace unos 70 a 110 millones de años, en la era del sistema Cretácico, y en especial durante el Terciario. Fue en esa época que cobraron forma por primera vez nuestros bosques verdes, que tanto apreciamos. Éste es otro gran estado evolutivo, análogo a la noosfera. Quizás fue en estos bosques que apareció el Hombre hace alrededor de 15 o 20 millones de años.
Vivimos ahora en el período de un nuevo cambio evolutivo geológico de la biosfera. Estamos entrando a la noosfera. Este nuevo proceso geológico elemental ocurre en un momento tempestuoso, en la época de una guerra mundial destructiva. Pero el hecho importante es que nuestros ideales democráticos están a tono con los procesos geológicos elementales, con la ley de la naturaleza, y con la noosfera. Por tanto, podemos enfrentar el futuro con confianza. Está en nuestras manos. No lo dejaremos ir.
LEE EL ARTÍCULO ORIGINAL EN LA PAGINA DEL INSTITUTO SCHILLER
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por Vladimir I. Vernadsky
A continuación reproducimos extractos de un artículo que escribió el famoso científico ruso–ucraniano Vladimir I. Vernadsky en diciembre de 1943. Originalmente lo publicó la revista American Scientist en inglés en enero de 1945. Esta versión en español, que es la primera que hay, que sepamos, viene de una adaptación que publicó en inglés EIR, en Vladimir I. Vernadsky coordinación con Rachel Douglas, quien comparó la traducción del doctor George Vernadsky de la Universidad de Yale con la edición original en ruso del libro de Vernadsky, Biosfera (Moscú: Mysl Publishing House, 1967). Omitimos los pies de página.
La noosfera
. . . Estamos llegando al clímax de la Segunda Guerra Mundial. En Europa la guerra reinició en 1939, luego de una pausa de 21 años; en Europa Occidental ha durado cinco años, y de nuestro lado, en Europa Oriental, va por su tercer año. En cuanto al Lejano Oriente, la guerra reinició ahí mucho antes, en 1931, y ya va en su doceavo año. Una guerra de tal poderío, duración e intensidad es un fenómeno sin paralelo en la historia de la humanidad y de la biosfera en general. Es más, le antecedió la Primera Guerra Mundial, la cual, aunque de menor poderío, tiene un nexo causal con la presente.
En nuestro país esa Primera Guerra Mundial desembocó en una nueva forma de Estado que no tiene precedentes en la historia, no sólo en la esfera de la economía, sino también en la de las aspiraciones de las nacionalidades. Desde la óptica del naturalista (y de modo parecido, creo yo, de la del historiador) una fenómeno histórico de semejante poderío puede y debe examinarse como parte de un solo proceso geológico terrestre grandioso, y no como un mero proceso histórico.
La Primera Guerra Mundial se refleja en mi trabajo científico del modo más decisivo. Cambió de forma radical mi concepción geológica del mundo. Es en la atmósfera de esa guerra que he abordado un concepto de la naturaleza en ese momento olvidado y, así, nuevo para mí y para otros, un concepto geoquímico y biogeoquímico que abarca la naturaleza viva y la no viva desde la misma perspectiva. Pasé los años de la Primera Guerra Mundial en mi trabajo científico creativo ininterrumpido, el cual he continuado hasta ahora de manera constante en la misma dirección.
Hace 28 años, en 1915, se formó en la Academia de Ciencias una “Comisión para el Estudio de las Fuerzas Productivas” de nuestro país, la llamada KEPS. Esa comisión, de la cual fui elegido presidente, tuvo una función destacada en el período decisivo de la Primera Guerra Mundial. Por completo de improviso, en medio de la guerra, a la Academia de Ciencias le quedó claro que en la Rusia zarista no había datos precisos en cuanto a las ahora llamadas materias primas estratégicas, y tuvimos que recabar y digerir datos dispersos con rapidez a fin de llenar la laguna en nuestro conocimiento. Por desgracia, para cuando empezó la Segunda Guerra Mundial sólo se conservó a la parte más burocrática de esa comisión, el llamado Consejo de las Fuerzas Productivas, y fue necesario restaurar sus otros componentes a toda prisa.
Al abordar el estudio de los fenómenos geológicos desde una perspectiva geoquímica y biogeoquímica, hemos de comprender la totalidad de la naturaleza circundante en el mismo aspecto atómico. Para mí, dicho enfoque coincide de modo inconciente con lo que caracteriza a la ciencia del siglo 20 y la distingue de la de los siglos pasados. El siglo veinte es el siglo del atomismo científico.
Resulta que en ese entonces, en 1917–1918, yo estaba, de pura casualidad, en la Ucrania, y no pude regresar a Petrogrado sino hasta 1921. En todos esos años, dondequiera que residía mis pensamientos apuntaban a las manifestaciones geoquímicas y biogeoquímicas de la naturaleza circundante, la biosfera. Al tiempo que las observaba, de manera simultánea dirigía mis lecturas y mis reflexiones a este tema de un modo intenso y sistemático. Expuse de forma gradual las conclusiones a las que llegaba, en la medida que iban formándose, a través de conferencias e informes que presentaba en cualquier ciudad en la que estuviera, en Yalta, Poltava, Kíev, Simferópol, Novorossisk, Rostov, etc. Además, en casi cada ciudad en la que estuve, solía leer todo lo que había relacionado con el problema en su sentido más amplio. Dejé de lado cuanto puede las aspiraciones filosóficas y traté de apoyarme sólo en hechos empíricos y científicos con firmeza establecidos y en generalizaciones, permitiéndome de vez en cuando recurrir a hipótesis científicas de trabajo. En vez del concepto de “vida”, introduje el de “materia viva”, el cual ahora parece estar establecido con firmeza en la ciencia. La “materia viva” es la totalidad de los organismos vivos. No es sino una generalización científica empírica de hechos indisputables en términos empíricos que son de todos conocidos, y observables con facilidad y precisión. El concepto de “vida” siempre rebasa las fronteras del concepto de “materia viva”; entra al reino de la filosofía, el folclore, la religión y las artes. Todo lo que queda fuera de la noción de “materia viva”.
En lo más tupido de la vida hoy día, tan intensa y compleja como es, una persona, y toda la humanidad de la cual es inseparable, prácticamente olvida que está conectada de un modo indivisible con la biosfera, con esa parte específica del planeta donde viven. Es común hablar del Hombre como un individuo que se mueve con libertad por nuestro planeta, y que con libertad construye su propia historia. Hasta ahora, ni los historiadores ni los científicos de humanidades, ni hasta cierto grado los biólogos siquiera, han tomado en consideración de manera conciente las leyes de la naturaleza de la biosfera, la envoltura de la Tierra que es el único lugar donde puede existir la vida. El Hombre es elementalmente indivisible de la biosfera. Y esta inseparabilidad apenas ahora empieza a quedarnos clara con precisión. En realidad no existe ningún organismo vivo en un estado libre en la Tierra. Todos estos organismos están conectados de modo inseparable y continuo —primero y antes que nada por la alimentación y la respiración— con su ambiente energético–material.
El destacado académico de Petersburgo, Caspar Wolf (1733–1794), quien dedicó toda su vida a Rusia, lo expresó de manera brillante en su libro, que fue publicado en alemán en San Petersburgo, en 1789, el año de la Revolución Francesa: Sobre la fuerza peculiar y eficiente, característica de la sustancia vegetal y animal. A diferencia de la mayoría de los biólogos de su época, él se apoyaba en Newton, más que en Descartes.
La humanidad, en tanto materia viva, está conectada de manera inseparable con los procesos energético–materiales de una envoltura geológica específica de la Tierra, su biosfera. La humanidad no puede ser independiente de la biosfera en lo físico, ni por un minuto.
El concepto de la “biosfera”, es decir, del “dominio de la vida”, lo introdujo en la biología [Jean–Baptiste de Monet, caballero de] Lamarck (1744–1829) en París, a comienzos del siglo 19; y en la geología, Edward Suess (1831–1914) en Viena, a fines de ese siglo. En nuestro siglo hay un entendimiento por completo nuevo de la biosfera. Está surgiendo como un fenómeno planetario de naturaleza cósmica. En la biogeoquímica tenemos que considerar que la vida (los organismos vivos) en realidad no sólo existe en nuestro planeta, no sólo en la biosfera de la Tierra. Me parece que esto ha quedado establecido más allá de toda duda, hasta ahora, para todos los llamados planetas terrestres, o sea, Venus, la Tierra y Marte. En el Laboratorio Biogeoquímico de la Academia de Ciencias de Moscú, a la que han rebautizado como el Laboratorio de Problemas Geoquímicos, en colaboración con el Instituto de Microbiología de la Academia de Ciencias (el director y académico correspondiente B.L. Isachenko), ya desde 1940 identificamos la vida cósmica como un objeto de estudio científico. Este trabajo fue suspendido debido a la guerra, y habrá de reanudarse a la primera oportunidad.
La idea de la vida en tanto fenómeno cósmico la han hallado en los archivos científicos, entre ellos los nuestros, desde hace mucho tiempo. Hace siglos, a fines del siglo 17, el científico holandés Christiaan Huygens (1629–1695) en su última obra, Cosmotheoros, que fue publicada de manera póstuma, formulaba esta cuestión científica. El libro fue publicado en ruso dos veces en el primer cuarto del siglo 18, a iniciativa de Pedro I. En este libro, Huygens establece la generalización científica de que “la vida es un fenómeno cósmico, de algún modo marcadamente distinto a la materia no viva”. Yo bauticé hace poco esta generalización como “el principio de Huygens”.
Por su peso, la materia viva comprende una parte minúscula del planeta. Es evidente que éste ha sido el caso a lo largo de todo el tiempo geológico, es decir, que es eterna en términos geológicos. La materia viva está concentrada en una capa delgada y más o menos continua de la troposfera en tierra seca —en campos y bosques—, y penetra el océano entero. En cantidad, no mide más de décimas de uno por ciento del peso de la biosfera, en el orden de cerca del 0,25%. En terreno seco, su masa continua alcanza una profundidad quizás menor a 3 km en promedio. No existe fuera de la biosfera.
En el transcurso del tiempo geológico la materia viva cambia su morfología según las leyes de la naturaleza. La historia de la materia viva cobra expresión como una modificación lenta de las formas de los organismos vivos que de forma ininterrumpida están conectados en términos genéticos entre ellos mismos, de generación a generación. Esta idea vino surgiendo en la investigación científica a través de las épocas, hasta que en 1859 obtuvo una base sólida con los grandes logros de Charles Darwin (1809–1882) y [Alfred Russell] Wallace (1822–1913). Fue forjada en la doctrina de la evolución de las especies de plantas y animales, incluido el Hombre. El proceso evolutivo sólo es característico de la materia viva. No hay manifestaciones suyas en la materia no viva de nuestro planeta. En la Era Criptozoica se formaban los mismos minerales y rocas que se forman ahora. Las únicas excepciones son los cuerpos naturales bioinertes unidos de un modo u otro con la materia viva.
El cambio en la estructura morfológica de la materia viva observado en el proceso de evolución conduce de forma inevitable a un cambio en su composición química. Esta cuestión ahora requiere de verificación experimental. En colaboración del Instituto de Paleontología de la Academia de Ciencias, incluimos este problema en nuestro trabajo planificado en 1944.
En tanto que la cantidad de materia viva es despreciable con relación a la masa no viva y bioinerte de la biosfera, las rocas biogénicas constituyen gran parte de su masa y rebasan con mucho las fronteras de la biosfera. Sujetos al fenómeno de metamorfismo, se convierten, perdiendo toda traza de vida, en la envoltura granítica, y dejan de ser parte de la biosfera. La envoltura granítica de la Tierra es la región de las biosferas anteriores. En el libro de Lamarck, Hidrogeología (1802), que contiene muchas ideas admirables, la materia viva, del modo que lo entiendo, se reveló como la creadora de las principales rocas de nuestro planeta. Lamarck nunca aceptó el descubrimiento de [Antoine Laurent de] Lavoisier (1743–1794). Pero ese otro gran químico, J.B. Dumas (1800–1884), el contemporáneo más joven de Lamarck que si aceptó el descubrimiento de Lavoisier y que estudió con intensidad la química de la materia viva, también fue un adherente por mucho tiempo de la noción de la importancia cuantitativa de la materia viva en la estructura de las rocas de la biosfera.
Los contemporáneos más jóvenes de Darwin, J.D. Dana (1813–1895) y J. Le Conte (1823–1901), grandes geólogos estadounidenses ambos (y Dana, minerólogo y biólogo también), plantearon, aun antes de 1859, la generalización empírica de que la evolución de la materia viva procede en una dirección definida. A este fenómeno Dana lo llamó “cefalización”, y Le Conte, la “Era Psicozoica”. Dana, al igual que Darwin, adoptó esta idea durante su viaje alrededor del mundo, el cual inició en 1838, dos años después del regreso de Darwin a Londres, y duró hasta 1842.
Cabe señalar aquí que la expedición en la que Dana sacó sus conclusiones sobre la cefalización, los bancos de coral, etc., estuvo asociada en la historia con las investigaciones sobre el océano Pacífico realizadas en viajes oceánicos de navegantes rusos, en particular Kruzenshtern (1770–1846). Publicadas en alemán, inspiraron al abogado estadounidense John Reynolds a organizar el primero de dichos viajes científicos estadounidenses por mar. Empezó a trabajar en esto en 1827, cuando salió un relato en alemán de la expedición de Kruzenshtern. No fue sino hasta 1838, once años después, que sus esfuerzos tenaces se tradujeron en esta expedición. Ésta fue la expedición de [Charles] Wilkes, que de forma concluyente probó la existencia de la Antártida.
Las nociones empíricas de una dirección definida del proceso evolutivo, aunque sin ningún intento por fundamentarlo de forma teórica, se remontan a ya avanzado el siglo 18. [Georges Louis Leclerc, conde de] Buffon (1707–1788) habló del “dominio del Hombre”, por la importancia geológica del Hombre. La idea de la evolución le era ajena. Así también le era [Jean Louis Rodolphe] Agassiz (1807–1873), quien introdujo la idea del período glacial en la ciencia. Agassiz vivió en un período de florecimiento impetuoso de la geología. Él admitía que, en lo geológico, había llegado el dominio del Hombre, pero, por sus principios religiosos, era contrario a la teoría de la evolución. Le Conte señala que Dana, quien antes tenía una opinión afín a la de Agassiz, en los últimos años de su vida aceptó la idea de la evolución en su entonces común interpretación darwiniana. Desapareció así la diferencia entre la “Era Psicozoica” de Le Conte y la “cefalización” de Dana. Es de lamentar que, en especial en nuestro país, esta importante generalización empírica aún sigue fuera de la mira de nuestros biólogos.
La solidez del principio de Dana, que resulta que está fuera de la mira de nuestros paleontólogos, puede verificarlo con facilidad cualquiera que esté dispuesto a hacerlo sobre la base de cualquier tratado moderno de paleontología. El principio no sólo abarca a todo el reino animal, sino que se revela de igual manera con claridad en especies particulares de animales. Dana señalaba que en el transcurso del tiempo geológico, al menos 2.000 millones de años y quizá mucho más, ocurre un proceso irregular de crecimiento y perfección del sistema nervioso central, empezando con los crustáceos (cuyo estudio Dana usó para establecer su principio), los moluscos (cefalópodos), y terminando con el Hombre. Es este fenómeno al que llamó cefalización. El cerebro, una vez que alcanza cierto nivel en el proceso de evolución, no está sujeto a la retrogresión, sino que sólo puede progresar más.
Partiendo de la noción de la función geológica del Hombre, el geólogo A.P. Pávlov (1854–1929) en los últimos años de su vida solía hablar de la Era Antropogénica en la que vivimos ahora. Aunque no consideró la posibilidad de la destrucción de los valores espirituales y materiales que ahora presenciamos en la bárbara invasión de los alemanes y sus aliados, poco más de diez años después de su muerte, puso de relieve, de manera correcta, que el Hombre, ante nuestros propios ojos, está deviniendo en una fuerza geológica poderosa y siempre creciente. Esta fuerza geológica cobró forma de manera imperceptible en un período largo de tiempo. Coincidió con esto un cambio en la posición del Hombre en nuestro planeta (primero que nada, en su posición material). En el siglo 20 el Hombre, por primera vez en la historia de la Tierra, conoció y abarcó toda la biosfera, completó el mapa geográfico del planeta Tierra, y colonizó toda su superficie. La humanidad devino en una sola totalidad en la vida de la Tierra. No hay ningún lugar de la Tierra donde el Hombre no pueda vivir si así lo quiere. Nuestra gente habitando el hielo flotante del Polo Norte en 1937–1938 ha probado esto de modo patente. Al mismo tiempo, debido a las maravillosas técnicas y éxitos del pensamiento científico, la radio y la televisión, el Hombre puede hablar de forma instantánea con quienquiera que desee en cualquier lugar de nuestro planeta. El transporte aéreo ha alcanzado una velocidad de varios cientos de kilómetros por hora, y no ha llegado a su máximo. Todo esto es resultado de la “cefalización”, del crecimiento del cerebro del Hombre y del trabajo que su cerebro dirige.
El economista L. Brentano ilustró la importancia planetaria de este fenómeno con los siguientes cálculos asombrosos: si le asignaran a cada Hombre un metro cuadrado, y si colocaran a cada Hombre hombro con hombro, no ocuparían ni el área del pequeño lago de Constanza que está entre las fronteras de Baviera y Suiza. El resto de la superficie de la Tierra quedaría sin hombres. Así, la totalidad de la humanidad junta representa una masa insignificante de la materia del planeta. Su fortaleza no deriva de su materia, sino de su cerebro. Si el Hombre entiende esto, y no usa su cerebro y su trabajo para la autodestrucción, se abre ante sí un futuro inmenso en la historia geológica de la biosfera.
El proceso geológico evolutivo muestra la unidad biológica y la igualdad de todos los hombres, Homo sápiens y sus ancestros, Sinántropos y otros; su progenie en la mezcla de las razas blanca, roja, amarilla y negra evoluciona sin cesar en incontables generaciones. Ésta es una ley de la naturaleza. Todas las razas pueden cruzarse y producir retoños fértiles. En un marco histórico, como por ejemplo en una guerra de tal magnitud como la actual, termina por ganar quien sigue esa ley. Uno no puede oponerse impune al principio de la unidad de todos los hombres como una ley de la naturaleza. Uso aquí la frase “ley de la naturaleza”, del modo que las ciencias física y química usan cada vez más este término, en el sentido de una generalización empírica establecida con precisión.
El proceso histórico cambia de forma radical ante nuestros propios ojos. Por primera vez en la historia de la humanidad los intereses de las masas, por un lado, y el libre pensamiento de los individuos, por el otro, determinan el curso de la vida de la humanidad y brindan las pautas para las meras ideas de justicia. La humanidad en su conjunto está convirtiéndose en una fuerza geológica poderosa. Ahí surge el problema de la reconstrucción de la biosfera en el interés de la humanidad librepensante como una sola totalidad. Este nuevo estado de la biosfera, al cual nos acercamos sin percatarnos, es la noosfera.
En mi disertación en la Sorbona de París en 1922–23, acepté la fenomenología biogeoquímica como la base de la biosfera. El contenido de parte de estas disertaciones salió publicado en mi libro Estudios de Geoquímica, que apareció primero en francés en 1924, y luego en una traducción rusa en 1927. El matemático francés y filósofo bergsoniano Le Roy aceptó el fundamento biogeoquímico de la biosfera en tanto punto de partida, y en sus disertaciones en el Collège de Francia en París, introdujo en 1927 el concepto de la noosfera como la fase geológica por la cual atraviesa la biosfera ahora. Él destacaba que llegó a semejante noción en colaboración de su amigo Teilhard de Chardin, un gran geólogo y paleontólogo que ahora trabaja en China.
La noosfera es un fenómeno geológico nuevo en nuestro planeta. En él, por primera vez el Hombre deviene en una fuerza geológica a gran escala. Puede y debe reconstruir la esfera de su vida mediante su trabajo y pensamiento, reconstruirla de forma radical en comparación con el pasado. Se abren ante él posibilidades creativas cada vez más amplias. Puede que la generación de nuestros nietos se acercará a su florecimiento.
Aquí se nos presenta un nuevo enigma. El pensamiento no es una forma de energía. ¿Cómo, entonces, puede cambiar los procesos materiales? Esa interrogante aún no ha sido contestada. Hasta donde sé, el primero que la planteó fue un científico estadounidense nacido en Lvov, el matemático y biofísico Alfred Lotka. Pero no pudo contestarla. Como [Johann Wolfgang von] Goethe (1740–1832), quien no sólo era un gran poeta sino un gran científico también, en una ocasión señaló que en la ciencia sólo podemos saber cómo ocurre algo, pero no podemos saber por qué ocurrió.
En cuanto a la llegada de la noosfera, a cada paso vemos a nuestro alrededor las consecuencias empíricas de ese proceso “incomprensible”. Esa rareza mineralógica, el hierro puro, ahora se produce por miles de millones de toneladas. El aluminio puro, que no nunca antes existió en nuestro planeta, ahora se produce en cualquier cantidad. Lo mismo es cierto en cuanto al número incontable de combinaciones químicas artificiales (minerales biogénicos “culturales”) recién creados en nuestro planeta. La cantidad de tales minerales artificiales crece todo el tiempo. Todas las materias primas estratégicas pertenecen ahí. En términos químicos, el Hombre está cambiando drásticamente la faz de nuestro planeta, la biosfera, de modo conciente y, más aún, de forma inconciente. El Hombre cambia la física y la química de la envoltura aérea de la tierra, así como de todas sus aguas naturales. En el siglo 20, a resultas del crecimiento de la civilización humana, los mares y las partes de los océanos más cercanas a las costas han cambiado de forma cada vez más marcada. El Hombre tiene que tomar ahora cada vez más medidas para preservar la riqueza de los mares, que hasta ahora no pertenecían a nadie, para las generaciones futuras. Además de esto, el Hombre está creando nuevas especies y razas de animales y plantas. Los sueños de los cuentos de hadas parecen posibles en el futuro; el Hombre está esforzándose por salir de las fronteras de su planeta hacia el espacio cósmico. Y probablemente lo hará.
Al presente no podemos darnos el lujo de no advertir que en la gran tragedia histórica que vivimos, hemos elegido elementalmente la vía correcta que lleva a la noosfera. Digo elementalmente, en tanto que toda la historia de la humanidad procede en esta dirección. Los historiadores y los dirigentes políticos apenas empiezan a acercarse a una comprensión del fenómeno de la naturaleza desde esta perspectiva. El enfoque de Winston Churchill (1932) al problema, desde el ángulo de un historiador y dirigente político, es muy interesante.
La noosfera es la última de muchas fases de la evolución de la biosfera en la historia geológica. El curso de esta evolución apenas comienza a quedarnos claro mediante un estudio de algunos de los aspectos del pasado geológico de la biosfera. Permítaseme mencionar unos cuantos ejemplos. Hace 500 millones de años, en la era geológica Cámbrica, aparecieron por primera vez en la biosfera las formaciones esqueléticas de animales, ricas en calcio; las de las plantas aparecieron hace unos 2.000 millones de años. Esa función del calcio de la materia viva, ahora desarrollada con potencia, fue uno de los factores evolutivos más importantes del cambio geológico de la biosfera. Un cambio no menos importante en la biosfera ocurrió hace unos 70 a 110 millones de años, en la era del sistema Cretácico, y en especial durante el Terciario. Fue en esa época que cobraron forma por primera vez nuestros bosques verdes, que tanto apreciamos. Éste es otro gran estado evolutivo, análogo a la noosfera. Quizás fue en estos bosques que apareció el Hombre hace alrededor de 15 o 20 millones de años.
Vivimos ahora en el período de un nuevo cambio evolutivo geológico de la biosfera. Estamos entrando a la noosfera. Este nuevo proceso geológico elemental ocurre en un momento tempestuoso, en la época de una guerra mundial destructiva. Pero el hecho importante es que nuestros ideales democráticos están a tono con los procesos geológicos elementales, con la ley de la naturaleza, y con la noosfera. Por tanto, podemos enfrentar el futuro con confianza. Está en nuestras manos. No lo dejaremos ir.
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